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Última carta de Pomponio Flato a Fabio Rosa Rosae

"Fabio, amigo, he vuelto a Galilea, de la que ya no salgo, y ya me he curado de mis males del ano, que, como tú no ignoras, contraje a consecuencia de la búsqueda de la verdad a la que hasta ayer consagré mis días. Pero hasta ayer, te digo, porque hoy ya no soy filósofo: Jesús, que ya no es un niño, me ha salvado, aunque no veo su dulce y agraciada persona con la incredulidad, propia del que fuera mi a menudo poco recompensado oficio y hasta a veces mi ocio lamentable, con que la malveía antes, cuando era casi ciego. José ha muerto de viejo y María está bellísima, ahora es como mi madre adoptiva, pero como más joven e incluso más aérea que la que me trajera un día ya bastante lejano a esta tierra de lágrimas y apenas una que otra alegría de Pascuas a Ramos. Fabio, ven presto a mi lado a ingresar junto a mí en la casa del Padre. Roma perece, víctima de sus muchos abusos y pecados, y solamente barrunto su difícil supervivencia en el aún existir, si es que no ha sido recipendario de un levantisco cantazo típico de este país de rebeldes con causa, de un tal Constan Tino de Teo, un tribuno que, por Júpiter difunto, anda por estos divinos pagos  y quizá halle la luz como yo, pobre diablo, la he hallado entre estas buenas gentes a las que juzgué erróneamente, el omnipotente y compasivo Jehová me perdone, porque a mí me resulta complicado, bárbaras e incluso analfabetas, cuando no simplemente estúpidas y atravesadas. Jesús ya no es un niño, como digo, y tengo para mí que, incluso como hombre y, como los hombres todos, hasta ayer mismo mortales, efímeros, perecederos y caducos, su vida será larga y fructífera, sobre todo para nosotros los cosmopolitas ciudadanos educados entre Platón, Aristóteles y aun Heráclito, pues en contra de la opinión del Oscuro he comprobado que sí es posible bañarse dos veces con el Bautista. Él, me refiero al Mesías y no al profeta acuático, me ha enseñado la nueva religión del Imperio, que Dios no hay más que uno y el Emperador es su vasallo, pues ha penetrado en mí la fe, para serte más exacto lo ha hecho en mi alma ingenua y y a fecha de hoy infantil, tierna y aún no formada, no lo niego, con la fuerza del chorro con que antes salía despedido de mi cuerpo, ora por vía rectal, ora por la bucal, la orejil y la nasal, y otras si por intervención de la divina Providencia las hubiere, que nunca se sabe cómo acabará el rosario, el flujo que me revolvía hasta el cerebro. Te extrañará esta carta, Fabio, ex querido, pero es que desde la última vez que, aún enfermo a causa de unas aguas que tomé del río que los ahora mis hermanos, con el mencionado y acaso parmenideo Juan a la cabeza, dicen el Jordán o parecido, me caí del caballo, aunque no a las distancias imperiales a que antes acostumbraba a causa de mis insuperables aunque ya gracias a Dios, bendito sea, casi superadas bufas, soy un hombre nuevo y, aunque aún romano y de la orden ecuestre, ahora mi nombre es Paulo y soy puro y casto, aunque, como descubrirás si aguzas el ojo y el oído, aún un poco mariposón y poetastro, qué le vamos a hacer, son muchos años pasados en la vieja y decadente Roma en cuyas libérrimas academias nos habituaron a apreciar, dependiendo de la oportunidad, las necesidades y una falta de prejuicios al respecto que hoy considero insólita e inaudita, aunque, el vicio es grande, no me atrevo a criticar aún abiertamente, tanto la carne como el pescado. Pero ya no me tiro pedos, ni antes ni después se me toma por culo, y nadie me llama aún imbécil ni, lo que es peor, intelectual ni sabio. Ay, Fabio, acude a mi lado a declinar el Verbo, acude presto a olvidar el pasado y compartir juntos los dos una vida verdaderamente renovada y, espero que con el tiempo, católica, apostólica y por supuesto romana."

Para un nuevo mayo global

No se trata de ser cada día uno diferente sino de ser cada uno el diferente que hay todos los días... La ciencia la persigue, pero la realidad corre más deprisa... La modernidad es la frivolidad de lo sagrado... La diversión es revolucionaria... Rompamos las cadenas de plomo del Estado, pero creemos las nuestras con el viejo oro del pueblo... La política es la vieja madrastra de la revolución... Las mujeres, los homosexuales y los negros son los últimos tentados por el demonio blanco del poder... Hay guerra si lo queremos y no la hay si no lo deseamos... Lo transcendente es broma con maldita la gracia que tiene... Señoras y señores diputados, cada uno en su banco, banquito y banquetón, cada uno en su papel, papelín y papelón... Si quieres ser bueno, no olvides mostrar los puños... Dios descansa en paz y los suyos no se lo perdonan... Una sargento al frente de la compañía no es la solución... No hay líderes, sino tipos que quieren pastorear a otros que quieren ser pastoreados... Todos somos neuróticos en potencia, pero afortunadamente no todos somos psiquiatras en acto... La más clara y limpia verdad de mayo es que se trata de un mes que no tiene otro delante ni otro detrás... Ellos son la opinión pública, nosotros el pensamiento privado... Que el que no trabaje no coma, pero el que trabaje pueda hacerlo al menos tres veces al día... Prohibida la entrada a los esclavos ya sean católicos, apostólicos y romanos, o incluso si son todo lo contrario... La democracia es la asignatura pendiente del Estado y él solo no la recuperará en septiembre... ¡Qué perra con matar al padre! ¿Tan perro debería haberse vuelto el hijo?... Lo bueno de estar vivo es que puedes morir pero no sólo respiras... La ciencia sin la vida es una religión tan absurda como las demás... El que pesca por ti pesca tu pez... No hay que cambiar el mundo, tan sólo enterrar al muerto y parir a la vida a los hombres, las mujeres, los niños, los ancianos y los demás... No hay que ser grande con los pequeños, sino incomparable con los grandes... El Gobierno y la Oposición son lo mismo, pero en distinto lugar... El sexo es una chorrada, pero el deseo es la hostia... La organización obrera es la que ha nacido para defender del obrero a la organización... Contra la propiedad y el robo, los regalos... La única nacionalidad que merece la pena es la extranjera... La izquierda ya no fracasa, pero se debe a que ni lo intenta...

Hay que votarlo todo: ¿los negros son humanos?

La democracia de la calle nace en realidad en un despacho y el pueblo elige lo que los sabios le enseñan: intereses de arriba son confundidos con deseos de abajo, de modo que la libertad del pueblo es ya desde este instante el poder de las elites políticas, económicas y mediáticas, en una alianza que podría ser de sangre, es decir, la dictadura de unos pocos podría identificarse perfectamente con la libertad de los muchos, y viceversa. Porque hay que votar: la libertad sí o no, la filosofía sí o no. ¿Picasso es un artista? ¿El hombre evoluciona del mono? ¿Los negros son humanos? La democracia de este modo entendida y practicada es el régimen que saca a votación del pueblo todo lo que quieren los que manejan los hilos y los que estrangulan a la muñeca con sus hábiles cuerdas: naturalmente, siempre sin violencia y por medio de los votos. Por fin el pueblo y los sabios forman un solo bloque, los titiriteros son por una vez generosos y los títeres participan en la elección de la función que representan: lógicamente, la representación es y debe ser la de un monigote que guarde una cierta semejanza con los títeres electores, pues ocupa su lugar y representa al pueblo, que al fin y al cabo es el que decide cuál ha de ser la función a estrenar, con la que logrará identificarse como nunca. El monigote es el precio a pagar por mantener la representación en la que nadie cree y no importa a nadie, pero quizá todos temen desmontar por horror al vacío o el sentimiento de lo que vendrá después: la anarquía, el desorden y el caos. En cualquier caso, la función no la representa a partir de este momento el figurín habitual: hemos pasado de la seriedad a la broma, del discurso al chiste, del rey al bufón. Seamos demócratas y votémoslo todo: ¿los homosexuales son enfermos? Aún más: ¿haremos todavía como que no pasa nada y volveremos una vez más a lo mismo de siempre?

La madre de la prostitución es la política

La cárcel es un lugar que hay que llenar de presos que si entran inocentes ya saldrán culpables, pues en principio todos somos vírgenes y por fuerza ha de haber entre nosotros prostitutas, ya que no todos somos sabios: las unas son tanto más honestas cuanto más atrevidas son las otras. ¿Qué puede suponer que entre estas últimas haya de vez en cuando una oveja blanca? Negra ha de estar ya a estas alturas, pues si no ocupa el lugar del culpable rellena en cambio con largueza el del preso y hasta puede cumplir una función ejemplarizante: un inocente entre rejas refuerza la idea de que con los demás hemos hecho justicia. La imagen es perfecta: él es el que debería estar entre nosotros, porque es como nosotros inocente y su lugar es la calle en la que por una vez y sin que sirva de precedente hay sin embargo uno de ellos. El delincuente está entre nosotros los honrados: ¿puede caber más desorden, injusticia y caos? Nosotros y ellos revueltos y oculto el sistema de producción de unos y otros, hombres de bien y delincuentes, pacíficos ciudadanos y criminales hijos de su maldita madre. Los culpables están dentro y los inocentes fuera y hasta que no cometemos un error la verdad no respira tranquila: la naturaleza ha creado el poder, que no es obra de los hombres ni mucho menos de nosotros los inocentes. La madre de la prostitución es, sin embargo, la política, la lucha por el poder, la creación de dominio: pero quizá ya ni un símbolo queramos entender.  

El último nazi

Descubierto en Austria el último nazi sobreviviente al régimen que tantas energías invirtió en la formación de los extranjeros: el que ha sido unánimemente considerado por la prensa una bestia, un monstruo, una alimaña, cuando no incluso -ayudada por psicólogos y psiquiatras- un psicópata, es simplemente un hombre, según él todo un hombre, que sin embargo no ha tenido nunca en la vida ni mujer ni hijos ni nietos, sencillamente porque los convirtió desde un principio -y por principio- a todos en esclavos. ¿Acaso no eran suyos tanto los que nacieron libres como los que lo hicieron en cautividad? Tuvo que crear a los primeros con un esfuerzo formidable y espantoso, pero los segundos ya le vinieron dados, hechos, fabricados -este significado es quizá el único que en realidad tiene lo dado-: no hay trabajo que no tenga recompensa, e incluso disponemos ya del prefabricado, maravilla de la ciencia y la técnica. Pero hay un problema: el bueno del nazi creía ser un señor, pero le disgustaba sobremanera el trato entre iguales y entendía la señoría como la facultad y la capacidad absolutamente legítimas e incluso legales de crear esclavos incluso entre los suyos, por si acaso, no fuera a ser que hubiera de castigarlos por ejercer mal, o sea, contra él, contra la autoridad, la libertad que necesariamente habrían de emplear bien en el encierro. Bien, es decir, con obediencia, acato y sumisión a la superioridad: ¿acaso no vive el esclavo porque lo permite el señor y no ejecuta sobre él el derecho de vida y muerte que le es propio y casi natural? Es más: conducirlos al interior de un mundo pequeño y cerrado del que les resultaba literalmente imposible escapar, era la mejor manera de librarles de males mayores verdaderamente indeseables tanto para los hombres como para su dios, que esta vez es un hombre, y qué hombre. Uno que no ha conocido nunca en su vida a otro igual: tan sólo inferiores, menores que él pero por él producidos, pues mayores que él, o sea, dueños de sí mismos y respetuosos, admiradores y amantes de la libertad, de la auténtica señoría de cada cual, no los quería ver ni en pintura. Buscaba la desigualdad, sí, pero bajo la forma de la inferioridad, del dominio sobre los otros, del poder, en fin, sobre quienes inevitablemente eran inferiores y estaban sometidos a él: un extraño señor, un señor a la inversa --el austriaco no tenía relaciones, y relaciones íntimas, sumamente particulares, más que con los esclavos de un poder que por lo demás es bastante común entre los ricos ciudadanos occidentales. De este modo nunca aseguró el amor ni la amistad, pero tuvo sus pocas y básicas necesidades cubiertas y garantizadas: la que es síntesis y resumen de todas es la sensación de poder físico y real, único y total, sobre un entorno constituido por sus propias criaturas. Un creador, lo dicho, aunque por supuesto sin igual en el mundo --pues ya apenas quedan, ¿no?

Un ser único y absoluto

La ley se basa en la suposición de la existencia de un sujeto libre y soberano, responsable y consciente: el derecho al aborto se inscribe en esta suposición capital y se dirige a una mujer, la mujer, poseedora de estas características. Pero también se mantienen suposiciones menos modernas, más tradicionales y podríamos decir clásicas, constantes: por ejemplo, la pertenencia del hijo a la madre, el dominio de la mujer sobre su propio vientre --una responsabilidad antigua, casi eterna, que se extiende a la decisión del parto: una propiedad específicamente femenina. La mujer se asegura de este modo sus propios hijos, el deseo, la voluntad y la libertad: es decir, que no se trate tan sólo de una reproductora, ni siquiera de una criadora, y se encuentre en cambio implicada en todo el proceso del principio hasta el fin --porque se trata de ser madre de verdad... o de no serlo de ningún modo: de no ser madre a la fuerza, por obligación, de mentira. Se podría decir que se buscan madres entre las señoras, no entre las esclavas. Una vez que se satisface esta necesidad y la mujer se ve ya con su propia prole, de tal manera que ya no se podría acoger a la idea de que se trata de los hijos del hombre, se puede analizar aquella suposición, establecer ciertas garantías por si no se da lo que se supone, y deducir que, a veces, si no siempre, tanto en el alumbramiento como en el aborto se observa única y exclusivamente una frivolidad, un capricho, una ligereza y, en cualquier caso, una obviedad: se tiene hijos porque se quiere tenerlos y no se los tiene porque no se quiere. Ciertamente, se debería saber lo que se hace y también lo que se desea, tal y como se deriva de la suposición fundamental sobre la que se erige la ley, pero en la realidad se ve de todo y, a veces, si no siempre -se trata de repetirlo, sin duda-, el sujeto sobre el que se legisla, del que invariablemente se desea su existencia y sin embargo se teme su inexistir o al menos su existir discontinuo, accidentado y problemático, se halla en manos de sus impulsos, sus alteraciones pero también sus fijezas: las ficciones, sin embargo, se realizan con un promedio de acierto relativamente aceptable, de modo que la suposición se da por buena. No se debería preñar a ninguna estúpida, pero el deseo se halla en todas partes: el de tener un hijo a los sesenta años, el de abortar a los seis meses de embarazo. ¿Cuál se supone que debe ser la actuación de la ley? En el lugar del sujeto se halla a veces una copia del omnipotente, un ser único y absoluto y, esta vez, humano, incluso femenino, que se quiere, como aquél sobre el que se calla, el legislador bajo su propio y soberano ímpetu. 

Que continúe la fiesta

El amor no es el sexo, qué le vamos a hacer, ni siquiera el sexo: por esta terrible y maravillosa razón unos son amorosos y otros odiosos, lo mejor de unos son ellos y lo de otros el sexo. Para ser lo mejor no les sobra nada, pero les falta un poco: ellos, nada más, y nada menos. Mientras tanto, el sexo es el amor pequeño y falso de los odiosos, estos desdichados aún con suerte de tener el sexo y la desgracia de ser aún ellos.

El mundo está lleno, no de mujeres, sino de mujeres y hombres que, aun siendo libres, no son independientes porque no pueden, no son capaces por las más diversas razones y, por lo tanto, dependen de otros más fuertes, quizá más inconscientes pero sin duda más capaces de valerse por sí mismos, de tomar decisiones al filo, de afrontar las dificultades que les salen al paso, de soportar la soledad, de arriesgarse: y hay que quererlos, no hay por qué verles como una carga de la que habría que librarse de un modo u otro cuanto antes, porque son hombres, mujeres, niños y ancianos, tienen que vivir y les amenaza quizá un poco más que al resto la muerte, la tiranía y la esclavitud.

El verdadero viaje es aquél en el que vuelve uno que no es nunca el mismo, porque lo cierto es que uno vuelve: lo demás es una vacación que no cambia nada, el permiso de fin de semana de un preso condenado a no salir nunca del todo de la cárcel de sus días. 

Lo importante en casa es quizá lo mismo que en la calle: el control, pero sin la dictadura. No el control de la libertad, sino más bien el que evita que las cosas le hagan esclavo al niño y que el niño haga esclavos a los demás. Un hijo virtuoso, dueño de sí mismo y respetuoso del dominio que sobre sí ha de ejercer cada cual.

El morbo no es más que el triunfo de la enfermedad sobre la salud e incluso sobre la propia enfermedad: en otras palabras, la enfermedad hecha espíritu.

La depresión es un lujo que solamente los que son como Dios pueden permitirse: los que son corrientes y molientes han de seguir corriendo sin detenerse a fundar un pequeño estado propio en el fondo de ellos mismos.

Cuando hay poco o nada que elegir, resulta muy cómodo decretar la libertad: sexual, política, económica, lingüística, religiosa, social, periodística, televisiva, artística, filosófica, doméstica… En fin, que cada cual haga lo que quiera, pues apenas va a poder hacer otra cosa.

Los buenos tienen espinas, rosas tienen también los malos: pero este hecho cierto e indudable no cambia en nada las cosas.

Realmente, el otro no es raro: simplemente, es que no es uno. ¿Y por qué preferimos habitualmente la identidad a la diferencia, un doble de uno mismo a otro realmente distinto, tanto como en realidad lo es uno?

Hijos de esta anacrónica incultura

Estar en posesión de la verdad es querer engañar a los demás; de la libertad, querer oprimirlos; de la dignidad, denigrarlos; de la razón, entontecerlos; de la belleza, afearlos; de la virtud, enviciarlos; de la justicia, maltratarlos; de la moral, maldecirlos; de la palabra, silenciarlos: y quizá no es difícil descubrir en los que aún mienten, esclavizan, desprestigian, embaucan, estropean, corrompen, atropellan, malean y enmudecen, a los hijos de esta cultura, mejor dicho, de esta incultura. En realidad, son sus restos y ya actúan sin cobertura, por su cuenta y riesgo, alegremente, pero también como locos, al desnudo y sin vergüenza: un puro afán de poder al que perjudica notablemente la anacrónica filiación de sus indeseables y aún vivos seguidores.

Erase una vez...

Érase una vez una mujer que se odiaba a sí misma, al menos los senos de que le hubo dotado la naturaleza, pues al parecer no se sentía tan extraña con su vagina, ya que, como veremos más tarde, se supone que la conservó junto a todo su aparato de reproducción: digamos que se detestaba en parte o, para ser más positivos y quizás exactos, se sentía hombre cuyo mecanismo es desde luego más simple que el de la mujer y, si bien se puede ser con relativa facilidad hombre de una pieza, para ser mujer necesitamos al menos dos. El caso es que, detestándose mujer en una parte o deseándose hombre casi en su totalidad, se privó de los senos, mantuvo la vagina, se hormonó, crió bigote y barba y se hizo varón: varón, como luego comprobaremos, casi de cuerpo entero: sus problemas de identidad frente al espejo desaparecieron, no por arte de magia, sino por ciencia que se ocupa, por más increíble o polémico que resulte, de los problemas de la realidad. Hasta aquí se puede decir que todo es normal: un hombre que se hallaba encerrado en un cuerpo de mujer estalla como una mariposa surgida de su crisálida, pero al revés, pues las mariposas masculinas no acostumbran a protagonizar tal vuelo, más bien se afanan en no salir de su cascarón en pos de la hembra que sin duda no son. Lo hasta cierto punto anormal, si se nos permite esta calificación, sucedió después, pero en todo momento se ha de tener muy presente que no se trató de una mujer aunque como tal alumbrara y pariera, sino de un hombre fecundado, embarazado y con altas probabilidades de dar a luz a un precioso cachorro de él y su pareja y, quizá, un varón que aportó, con o sin amor, su virilidad: porque, en efecto, el hombre que se empeñó con todas sus fuerzas en surgir del cuerpo de mujer que lo aprisionaba sintió de pronto unos enormes deseos de saborear las mieles de la paternidad y, sin demora ni mucho menos cese, decidió ponerse manos a la ingente labor: como no podía embarazar a su mujer, se embarazó a él mismo, por supuesto con ayuda externa, pues aún no se ha logrado un hermafroditismo quizá deseable en estos casos, y al cabo de nueve meses de gestación parió a un hermoso niño del que se sintió feliz y orgulloso papá. Tan extraordinario como este suceso, que dada la complejidad del caso no podía ocurrir de otra manera, fue que la mamá no se pasó los nueve meses de rigor con la criatura en su seno y, sin embargo, aunque más libre y descansada fue mamá y mujer de verdad: el papá también lo fue en los mismos términos, pero con la particularidad de tratarse del primer hombre conocido de la historia, pues de la prehistoria casi se ignora todo, que realmente parió. A partir de este insólito pero actualísimo hecho ya se puede exclamar con acierto y razón: ¡el padre que te parió, chaval!

Un autoajuste de cuentas

Las mujeres no son iguales a los hombres, sino que los hombres son bastante peores: sin embargo, son los hombres los que, compuestos de una mezcla de control del poder y mala conciencia, decretan la discriminación -ayer negativa, hoy positiva- por el sexo como si quisieran redimir a su género de todos sus pecados. Es enteramente una cuestión masculina, como un autoajuste de cuentas tras el cual regresarán la verdad y la justicia y la moralidad. Los hombres sufren, los hombres eligen, los hombres mandan: ignoran el femenino poder olvidado de la diferencia. Y todo sucede entre estos hombres y sus mujeres, que al parecer han sido efectivamente maltratadas, despreciadas y sojuzgadas: el precio por ocuparse del poder, el suyo y el que ya están dispuestos a compartir para aliviar su conciencia y quizá volver a ser amados de nuevo. Todo es tan simple que parece mentira, pero no hay más secretos. Ni más pasión que la de una cosa fría, metálica y aparentemente aséptica como la política: el arte de reducir todo al poder (pero el hombre lucha por la mujer, aunque como, lógicamente, la mujer no existe, lucha por la suya, la que él conoce, menosprecia y desea. Y como el hombre en sí tampoco existe mucho más, es este hombre el que lucha contra él mismo, contra la desigualdad a su favor que aún siente en él, esta forma de injusticia e incluso indignidad personal que le afecta en el alma: decir que la mujer es igual al hombre -cosa curiosa y llamativa donde las haya- no tiene otro sentido que creer que el hombre es desigual y goza de una histórica discriminación positiva que, en el fondo, afea su figura. Por lo tanto, la igualdad que él fomenta y proclama le hará más bello y volverá su existencia más placentera: ya no vivirá íntimamente solo y sus días serían al fin más llevaderos. El hombre cambiará, cambiará poder y dominación por virtud y decencia y nadie le podrá ya reprochar nada: menos que nadie, él mismo. Quizá una historia desgraciada, un pasado sombrío, pero nada más: porque habrá dejado atrás su sombra. Hoy luce ya como una patena).

Una tontería trascendental

¿Qué más da que sean nuevos o viejos? Lo nuevo, lo radicalmente nuevo, es el pecado --y de una novedad insólita y, podríamos decir, casi revolucionaria y, en consecuencia, un tanto caduca: el pecado, incluso en el ateísmo o agnosticismo del universo cristiano, es la significación y la trascendencia que han prendido en el mundo como su propiedad más natural y característica. Nada es lo que es, desde que es significativo y trascendente: no ya el sexo, sino incluso el olvido, que a partir de este enrevesado momento vemos como una desmemoria sospechosa y, seguramente, una falta. En este sentido el sexo ha corrido peor o, en cualquier caso, distinta suerte: él es el dios que lo explica casi todo según una ciencia mágica o una magia pretendidamente científica que debe de obedecer, sin duda, a esta nueva profundidad abierta al mundo y que trae también consigo su luz, su sabiduría y su conocimiento: todos ellos profundos y enigmáticos o, por lo menos, curiosos y que cuentan con sus grandes maestros, sus aplicados discípulos y su clientela más o menos numerosa. Pero, en fin, las tonterías trascendentales es lo que tienen: no son en absoluto ajenas a las preocupaciones de ciertas personas por su historia, que es anecdótica, su vida, que aún lo es más, y su muerte, que lo es absolutamente, pues resulta indudable que la muerte es tan impersonal como infinita y no hay personaje, por más alto que sea, en el que empiece ni en el que termine. ¿Qué significado, qué trascendencia tiene ante este hecho inaugural de una nueva e inacabable era el que los nuevos pecados remitan a una especie de ser más que la media -ricos, placenteros, gozantes-, pues deben de suponer una falta a la media justa, que es justo la media o la medianía? Para ser clientes del espíritu o la mente no es imprescindible tener la cartera muy llena

Cada ciudadano es un hombre de Estado

Como todo el mundo sabe, el Dalai Lama es un peligroso comunista que amenaza el orden internacional, pero la democracia resiste el salvaje ataque con el que las hordas anticapitalistas que el muy hipócrita encabeza con engaño pretenden derribar el último baluarte asiático de la civilización occidental: hordas desgraciadamente confundidas ya con el mismo pueblo tibetano, presa a la vez que cómplice de un oscuro movimiento revolucionario de alcance mundial que no puede acabar sino en un baño de sangre no deseado por las autoridades, pero impuesto por las circunstancias, pues todos los medios son pocos a la hora de atajar esta bárbara agresión contra la libertad. La subversión no descansa y, disfrazada esta vez bajo los ropajes de la más alta espiritualidad, ataca sus viejos objetivos de siempre: la paz pública, la propiedad privada, el progreso económico, el bienestar social, la estabilidad institucional y la representación política. Pretende provocar el caos y originar un conflicto de consecuencias incalculables para la humanidad y, sin embargo, si somos capaces de descubrirla y desenmascararla, esta mísera banda de delincuentes desalmados, bolcheviques o maoístas lo mismo da, no causará más que un pequeño problema local como el que ahora afrontamos: un brote de anarquía al lado de nuestro gran aliado natural en la gobernabilidad de un mundo cada vez más inestable e inseguro necesitado, por la misma razón, de enormes dosis de responsabilidad, es decir, de estatalidad por parte de todos. Los nuevos rojos -pues sus túnicas son de este color- no saldrán jamás del Tíbet y el mundo podrá dormir tranquilo una vez más. La información sobre lo que sucede en aquel agujero en el que nos jugamos la democracia y la prosperidad no necesita lo más mínimo ser controlada por el poder, pues hay un hombre de Estado no sólo en cada periodista sino también en cada ciudadano: ya no somos súbditos de ninguna tiranía cercana ni remota, sino los nuevos monarcas que han de velar cada uno y todos juntos a la vez por el bien del Estado universal y una legalidad que es la que nos diferencia y separa de la barbarie de aquí y allá. No a las hordas rojas tibetanas, sí al respeto a la China democrática, pacífica y feliz. Amén.

La soledad es física e intempestiva

La cotidianidad que, bien mirada, no sólo es una evidencia de lo que hay sino una señal de lo que pasa, de los movimientos que acontecen en el seno de lo real y lo muestran como una especie rara en peligro de extinción pero siempre en marcha: un miedo, una atracción, un rechazo, un apego, enigmáticas fuerzas de todos los días, blancos y grises y azules y rojizos, la cotidianidad, es decir, la vida, vista con otros ojos, contada con una luz extraña y prodigiosa que lo baña todo como un mar de energía que unificase el mundo confundiéndolo y haciendo que brille y estalle y ciegue, porque no hay retina capaz de soportarlo si además el ojo recibe las imágenes de un todo partido y a la contra, doblado y asimétrico, de escenas múltiples y que difieren, con un personaje: la voz anónima y silenciosa, pues no remite a una persona reconocible e identificable, voz sola, reina e independiente, personaje sonoro, y otro: la ausencia de figuras de cargo y miramiento, el vacío de sujetos o dueños de los hilos o maestros del cordaje, la escasez o carencia de señas de identidad y sustancia, positivos personajes comunes que destacan y, sin embargo, no es tan extraño como parece, porque siempre habrá alguien que los destaque de entre todos, e incluso que destaque a todos del resto, y quizá en el fondo son por este y otros motivos singulares y su singularidad es al fin y al cabo la de todos: no caber en su propio molde, no amoldarse a tener la cabida en que encajan y sobresalir a pesar de todo de las leyes que les regulan, las instituciones que les adaptan y las identidades que les conforman: la familia, la pareja, el trabajo en los que están como de sobra, ociosos, dispares, extranjeros, personas comunes vueltas personajes dignos de atención por sí mismos, sin títulos ni puestos ni honores, que incluso desnudan a las dignidades y las enseñan dignas, o indignas, de por sí, en los lugares desiertos, los tiempos demorados, las vidas muertas -ver la realidad un día, filmar el aire al mismo tiempo: una impersonalidad activa y manifiesta-, sin decidir ni todo lo contrario, todas ellas colgadas, pendientes de un hilo, deshiladas pero siempre por hilar y afanosas en sus telas, cada una en su soledad pero todas juntas en la de todas, conectadas por un hilo que las atraviesa sin atarlas, uniéndolas ligeramente, cosiéndolas como flotando, relacionándolas levemente en la atmósfera de gravedad casi cero que ellas mismas generan, porque cada una sigue invariablemente su curso y no hay nada que hacer, nada más pero tampoco menos, salvo la nada que no existe sino un espacio que sufre el vaciado y el relleno de un modo contemporáneo y constante, ley de la renovación de la caja hermética de la vida, muy parecida a la de la caja tonta, porque no asimila unas a otras, no las reduce según una ley de la identidad general sino que las mantiene a cada una en su inflexible singularidad, su maravillosa y terrible diferencia, su soledad, su física -la soledad es física y no va más allá, no juega en otro campo-, su parte de la imagen, su todo apenas imaginable, entero e imperfecto, único y variado, destinado y libre, íntegro e incompleto, excesivo y deficitario, autosuficiente y superlimitado, soberano y esclavo, íntimo y comunísimo, diferente y sin embargo neutro, personal e infinitamente repetible, social y verdaderamente inverosímil o de animales sociales que no pueden reducir la separación que les acerca ni la proximidad que les une sin traspasar los límites que les protegen y también les impiden, medida tan sólo de la humanidad, la identificación y el reconocimiento, liviana piel inaccesible, muro delicadísimo pero infranqueable, stop, prohibido el paso, jardín y abismo, oasis y agujero, cogida por finos hilos irrompibles, cuanto más delgados y frágiles más indestructibles, con la cual ni la muerte, ni el destrozo de la enfermedad o el crimen, puede acabar de ningún modo, pues el terror es inútil, impotente e incapaz, o incompetente, absurdo y necio, una válvula de escape que lo vuelve a comprimir todo una vez más, aún más y todavía de nuevo, y quizá tan sólo por la salud y una plenitud de las potencias y las facultades que no viene a cuento pudiera abrirse una vía de ensayo de lo nunca o muy pocas veces visto, de la conquista de la afirmación de unos en otros, de un enamoramiento y una propagación que no consisten tan sólo en prendarse de uno mismo, juegos de pareja, juegos de familia, juegos en los que uno está tan solo consigo mismo como en los demás, ninguno dice lo que piensa y uno no sabe lo que pasa, el otro tiene que adivinarle y uno detenerse a pensar lo que acontece en él y en todo, y en medio la amenaza de la muerte individual y colectiva, venida de dentro y de fuera, que, si cae de golpe, hiere y hasta mata, pero no modifica los parámetros, si acaso un poco más de lo mismo, que también puede ser de lo otro, pues lo que está determinado de una vez por todas es sin embargo incierto, trabajos abandonados, tareas suspendidas, voces en el vacío, palabras en otra parte, y no hay compañía, el destino está sellado, sellado sobre todo por quienes pretenden librarse de su peso y lo que hacen es cargarse el poco de libertad y de afecto en el desierto lleno de luces y sombras, de pasos y voces, de encuentros y pérdidas, donde el cuerpo desnudo está más investido que nunca de dolor, silencio y pena, desnudez extrema y última ajena por completo al erotismo, el desnudo más vestido del mundo, el más opaco, más oculto, más cargado de ropa invisible y gruesa como una costra, todo recortado de nuevo, escenario moviente en paralelo, ni verticalidad ni totalidad sino otra vez la parcialidad horizontal y múltiple que apenas tiene a nadie que la escriba, frente al espectador cuando debiera ser cara a cara entre los personajes y de espaldas a nosotros cuando los actores deberían mirarnos a la cara, en un ángulo, un rincón de la pantalla, de la doble imagen, de la partida realidad, de la conciencia rota, de los acontecimientos inocentes que no dejan la partida y, por lo tanto, hay que atribuirles una causa, una culpa de que ocurrieran, una personalidad a la que achacárselos, una magia que les conceda un sentido, una posibilidad de no ser y de que todo hubiera cambiado, ser lo que no fue, no ser lo que ha sido, si yo hubiera hecho, si tú hubieras hecho -quizá moral o moraleja de la trama tejida al vacío como ciertos productos de cocina, porque aún ocurren cosas demasiado evidentes: solamente los aún inocentes, los a pesar de todo inocentes, son buenos, no culpan, no hieren, no matan, aunque quizá no debieran morir de sí mismos, en la única obra que sin ser suya los hombres toman en sus manos sin demasiada conciencia, muy de verdad ordinarios: la muerte, directa e indirecta, la que ocasionan de golpe y la que lentamente van provocando, de unos y otros-, una ilusión para no sucumbir, un engaño incluso en las imágenes pegadas y sin embargo plurales divergentes, que tan sólo concuerdan en la similitud engañosa y en que permiten descubrirlo, pues no hay mentira en el texto, el politexto, solamente distancia y, acaso, una sospecha: que debajo de lo que discurre ante los ojos fluye una corriente subterránea que quizá explicase sin mayor necesidad lo que arriba sucede y, en cualquier caso, no altera significativamente este ruido de fondo la profundidad de la tierra, una propiedad que es quizá un sueño pero no puede con la naturaleza de las cosas, con una soledad aún más honda, complicada y suma, que rasga y cuestiona de alguna manera los lazos habidos entre solitarios juntos y unidos por los pelos sobre una tierra firme que, apenas agitada por los acontecimientos que no protagoniza pero ante los que hila a los por el acontecer deshilachados, aún resiste en pie, pero desea moverse, cambiar e incluso liberarse de todo lo que sustenta en sus sólidas y gastadas raíces, pues también ella tiene derecho a salir del territorio de siempre –desterritorializarse, dicen- y disfrutar de lo único que quizás es en ella libremente deseado y querido: la soledad, esta paradoja de las madres abuelas que ya han cumplido con su deber y sienten que es ya la hora del día de desembarazarse y quizá, poco a poco, morir como nacieron y acaso no vivieron tanto como deseaban: solos, pero de otra soledad despreocupada y ociosa y placentera, como vaciada, uf, qué alivio, respiramos, carmín en los labios y en la sonrisa, de una tierra distante y por fin móvil y como aérea, de una libertad distinta y desconocida y otra vez nueva descargada, sin volumen ni peso ni materia, que siempre está ahí al alcance de la mano y da un miedo que necesita un empujón para abrazarla, porque espanta, y ya no hay tiempo más porque la inmortalidad no espera, dura lo que alargar el brazo o lo que encogerlo, pero cesa al instante, en cualquier momento esta seguridad desconcertante e insólita de todos los días desaparece y vuelve la soledad de los que quedan, esta cosa pesada y sombría que esta vez nadie corteja, la pérdida de lo raramente encontrado, el vacío de lo singularmente pleno, la soledad de lo nunca completamente acompañado, el silencio, el suspenso de todo, el vaso desbordante, lo que siempre rebosa de la vida y no hay manera de afrontarlo, conjurarlo ni filmarlo, porque en todo hay un inexplicable exceso para el cual la falta de cabida es infinita, cuando ya no hay palabras porque ya no sirven ni tapan el desmoronamiento de todo lo que está siendo construido en la ciudad en obras, sobre el aire que queda en el vuelo pegado a la piel como un ser colgado, con pinzas, de un hilo. Y del viento. Del viento que, como la película, hila suave, lento, pausado, tranquilo, especialmente fluido, físico e intempestivo, rosales y espinas de por medio.

En la variedad está el disgusto de los aburridos

La mentira es tan sesemejante a la verdad, que son la misma cosa: la manifestación más inconsciente de la necesidad de obedecer a un patrón, de seguir un modelo, de reaccionar a una identidad.

El destino es la fuerza de las cosas sobre uno, la libertad es uno sobre esta fuerza: cuando hablamos de destino parece que hablemos de esclavitud e inocencia, y cuando de libertad de responsabilidad y culpa; pero no es más que un juego de fuerzas, un equilibrio de poderes: unas veces uno puede nadar y otras la corriente es demasiado impetuosa para no ahogarlo. En este difícil ten con ten radica todo. De modo que podemos hablar de libertad y destino, pero no en el mismo momento ni en el mismo lugar. 

La única razón por la cual todas las personas son, a diferencia de las ideas, dignas de respeto es que las personas son susceptibles de ser lo que no son. En cambio las ideas, apartadas tantas veces del mero hecho de pensar, son siempre las mismas: muchas veces, meras estupideces y tonterías, a menudo criminales pero siempre idénticas a sí mismas. Es decir, suicidas de su supuesto pensador.

No hay duda de que amar es ser un poco niño, pero tampoco de que no amar es infinitamente peor.

La verdadera diferencia entre la democracia y la dictadura es que en la democracia la libertad no ha de ser únicamente la de los mismos tipos despreciables de siempre.

El suicido es un acontecimiento que en realidad no tiene nada que ver con la vida, sino más exactamente con el hombre: en cualquier caso hay que morir antes de estar muerto y vivir cuando ya lo puedes estar.

Hay hijos tontos que siempre tienen que matar al padre: y, lo que es peor, los hay tan tontos que además lo matan. Una fatalidad, afortunadamente en los exclusivos aunque extensos territorios de la tontería.

La cultura es a menudo un puro montaje de poder sobre la nada, pues lo que surge de la nada no es la vida sino el poder: de la vida, la vida, podríamos decir; pero, de la nada, el poder. Incluso contra la vida si es preciso.

La verdad de los racistas y los xenófobos es que son unos vagos que prefieren deslizarse por la pendiente sin fondo de la falta de respeto a los demás que ascender por la suave y delicada pero por lo mismo difícil colina del respeto a sí mismo.

La corrección política es el trato pacífico entre enemigos que retrasan la guerra a la que están llamados. 

No hay un primer hombre sino semen por todas partes

La ley de la vida es la reproducción, es decir, la vida. Pero la vida no es más que un inmenso potencial de multiplicación y diferenciación del ser: la multiplicación y diferenciación es la manifestación de la ley, el modo en que la ley funciona, lo que la ley sigue, lo que la guía y la produce y la mantiene: un acontecimiento. La vida es un acontecimiento muy singular, un movimiento muy preciso por el que la misma conservación es una proliferación: sin multiplicación ni diferenciación no hay vida, aunque tampoco muerte. Conservarse es proliferar, del mismo modo que ser es multiplicarse y diferenciarse: el ser es siempre el mismo, pero el mismo es capaz de cambiar y ser a la vez otro, porque el ser es uno, uno cualquiera, pero con esta capacidad de diferenciarse en lo uno y lo otro, lo idéntico y lo que difiere: una multiplicación y diferenciación u otra --paradójicamente, la identidad es una multiplicación y diferenciación correctas, íntegras y puras: ser uno mismo es reproducirse en otros en los que estar uno mismo terminado, obra cumplida en lo que difiere de él y lo multiplica según su esencia. El ser es la multiplicación y diferenciación de cualquier cosa, de la vida, que multiplicándose y diferenciándose sin ley afecta a su naturaleza y muta, pero manteniendo las condiciones generales de reproducción: lo malo es malo para otro, pero no para lo uno malo que fue bueno y es ya otro. El ser es cualquier cosa con vida pero también con muerte, con fuerza y voluntad de proliferación en otros -que son sus hijos- pero también de cese en sí -como un padre que quizás es a su vez hijo de otros-, que puede morir pero también matar y quiere siempre reproducirse, es decir, multiplicarse y diferenciarse, que es agenciarse otros agentes de su misma agencia, otros eslabones de la misma cadena, otras fibras de la misma cuerda, otros productos de la misma fábrica con capacidad, además, de producir otros nuevos productos a su vez fabricantes, porque la fábrica es un taller escuela de ingenieros y obreros a la vez, obreros inteligentes e ingenieros hábiles, ingenieros manuales y obreros cerebrales implicados en la construcción de su vida. La vida es una cadena en la que un eslabón conduce a otro, pero no lo hace sin antes crearlo y el recién creado cree a su vez otro, que a su vez crea otro más, y de este modo prácticamente hasta el infinito, pero con la aplicación de la ley en cada eslabón, es decir, con el cese de la proliferación no en la producción sino en el producto que sale de la fábrica, no en la industria de la reproducción sino en el reproductor que fabrica otro ser y deja la proliferación en otras mentes y manos. Una proliferación sin ley es una proliferación sin cese, prolifera de tal modo el eslabón en sí -él que parece no ser otra cosa que eslabón alzado sobre la cadena a la que ya no contribuye-, que en vez de fabricar y desmontar otros eslabones los destruye y desmonta eliminando poco a poco la cadena, provocando el desencadenamiento de la vida y  encadenando y originando el encadenado de la muerte. Lo malo prolifera para no morir -que es imposible, porque incluso la proliferación exige a veces la muerte-, pero mata para no dejar de proliferar, que es para él vivir y ser en una existencia que es como si la viera amenazada, como si el fantasma del cese le rondara desde algún momento -porque proliferar es también dejar de hacerlo- y no pudiera parar, porque parar le supondría la muerte: y, sin embargo, devorando eslabón a eslabón la cadena es como si destrozase peldaño a peldaño la escalera que le conduciría al cielo en que descansase en paz culminando la obra. Parecería que la naturaleza de la proliferación variase, su lógica y su sentido, tal vez como si un error hubiese que taparlo con otro produciendo de este modo una extraña cadena de ceses por la que donde antes estaba la muerte está después la vida y, sin embargo, ningún eslabón que pretendiese tapar lo que ya es en sí mismo el fin de la propia cadena fuera capaz de lograr otra cosa que agravar el proceso de desencadenamiento ya iniciado: ¿acaso este particular reproductor no tiene cabeza -más bien que la ha perdido- y es más un necio que un loco? ¿Será tal vez un proliferador indiferente, que quiere ser el mismo a cualquier precio? Desde luego nunca ha suscitado tal atención, pues ya ha sido reconocido, aislado, identificado, quizá con malas palabras pero sin duda con todo un discurso acerca de su misterio, y todo el mundo está pendiente de él como de un demonio: no es para menos, por supuesto, toda vez que por si fuera poco no aparece revestido de dignidad y excelencia. Sin embargo, proliferando sin ley, sin control, sin cese, quizá sin cerebro pero con inusitado poderío, de una manera que le resulta realmente imparable es como aproxima su fin en sí y en otro, pero sin esperar al desenlace una vez alcanzada la reproducción según la ley de la naturaleza -conservarse es acabar de crear otro ser distinto de uno y de crearse y en cierto modo acabarse en él, la mayor forma de multiplicarse y diferenciarse que existe, que ni siquiera exige la semejanza con un modelo-: es como si no quisiera morir y hubiera que matarlo -la cadena es un juego que sube muy arriba en el tiempo y a veces hay que lanzar sobre el eslabón equivocado que lo interrumpe y corta todo el poder de la guerra que defiende el juego y combate por unirlo y reanudarlo- porque la vida está por encima de quien parecería querer ser su sujeto. Pues en el ser no hay ningún sujeto, pero tampoco ningún objeto de otro ser, ya que no es un dios el que lo crea aunque aún menos un hombre que recibiera la existencia de un dios del que sería su criatura: el ser, simplemente, ser. Ni siquiera es una unidad que encerrara todas las multiplicidades y diferencias y pudiera conjugarse según las formas del verbo, sino tan sólo la multiplicidad y la diferencia sin sujeto, origen ni destino, explícitas en su despliegue e implícitas en su retiro. No hay un primer hombre, sino semen por todas partes. 

El que se mueve se sale de la pantalla

El periodismo se comporta como la política, pero la política se comporta como la guerra: ahora bien, la guerra se presenta en la política como una ofensa a la inteligencia -característica que acaso se adapta perfectamente a los bandos en disputa-, una actividad en la que no se sigue más criterio que el del partidismo, el sectarismo, el gregarismo, y la ofuscación respecto al enemigo: en realidad ni siquiera se carece de espacio para la independencia y la libertad, sino que se trata más bien de que ni siquiera se puede estar en medio, porque el que se mueve se sale de la pantalla. El que se para en un lado, y no se trata de otra cosa, se ha de morir en este lado aunque, mientras tanto, se le vea demasiado ladeado: se le tiene para lo que se le tiene, para que se muestre pero se desluzca, se estropee y se aje. Se ha de ser tan tonto como para que se quiera tener razón contra toda evidencia y no se quiera parecer sino tonto: de hecho se es tonto a conciencia como condición previa e indespensable para que el del otro lado de la pantalla se aliste en el atontamiento general con que se aborda la política, un campo en el que si no se es tonto de entrada se es de salida y en el cual todos los tontos existentes en el país se vuelven ciudadanos, consumidores y votantes. Nunca se ha consumido ni votado tanto, nunca se ha visto tal poder y tal potencia. 

General de majaderos y cuadrilla de mentecatos

Exterminando al enemigo no se gana la guerra, tan sólo se muestra un odio enfermizo y ciego al que quizá se debe la derrota o, al menos, la miseria del triunfo, su indeseabilidad profunda: pues ¿por quién se podría querer el poder y la muerte, el poder y la nada, el poder y la negación de los que se hallan enfrente? Negando al adversario todo valor no se proyecta donde se pretende la imagen de un negado sino la de un negador que quizá no se entera de la guerra como tampoco se entera de los deseos de los que se encuentran entre los dos bandos en conflicto: ¿cómo se podría ver a un guerrero de valor en quien se empecina en desvalorar a todos los guerreros a los que se enfrenta?  ¿Qué tropa se podría formar con semejante general de majaderos? ¿Qué comandante se dedicaría a armar a semejante cuadrilla de mentecatos? ¿Qué valor para el triunfo de nuestras armas, se trate de las que se trate, se puede hallar en el fanatismo, el sectarismo y demás ismos de idiotas para la paz y para la guerra? ¿Quién se querría al lado de uno de estos imbéciles y bajo las órdenes del imbécil en jefe? Y lo más sorprendente: a pesar de todo lo que se diga, esta guerra no se libra por mejorar la vida o cambiar el sistema, sino única y exclusivamente por el poder (aunque el poder aún se halle asociado a curiosos personajes que se acuchillan por la espalda y se apedrean cara a cara como cualquier hijo de vecino que se precie. Por lo demás, el bueno, el que se afirma, sin duda se puede encontrar mucho mejor y ser más bueno si se permite destruir al malo, aniquilar su poder, su falta de vergüenza, su estupidez y su cinismo, cuando se comporta negando a los demás como se espera de él sin que se fustre en modo alguno tal esperanza) sobre la jaula de lujo y la ruina de oro en las que la actualidad se presenta como la falta de distancia -la barrera- contra la que se golpean las cabezas, se confunden los sentidos, se bloquean las ideas y se ahogan los corazones de la gente.

Con qué cosa de la vida se crea la vida privada

¿Se debe o no se debe publicar la privacidad? ¿Con qué valores se la identifica? ¿En qué poderes se la sume? ¿En qué mundo se la quiere? ¿Se la desea exactamente en nuestro mundo? ¿Se trata de una forma de vida que se ha de mantener sellada y hermética? ¿Se trata de un sello de la identidad oculto y secreto? ¿Se la fuerza a ser precisamente un secreto que, por supuesto, se transmitiría al espacio público de oreja a oreja? ¿Se puede colonizar con la privacidad este espacio o, por el contrario, se ha de resguardar lo público del poder presuntamente negativo o al menos indiferente de lo privado como si fuera un espacio puro y virginal ocupado por cuestiones supuestamente transcendentes? ¿Por qué se ha de proteger de este modo la vida pública y qué concepción se oculta detrás de estas medidas de defensa y decoro? ¿Qué se protege en realidad con este apartamento de lo privado a una especie de repliegue sobre sí mismo? ¿Por qué se produce esta separación tan rotunda de lo público y lo privado? ¿Qué tipo de vida se tolera en lo privado que no se tolera en lo público? ¿Qué rey se conserva después de todo en el gobierno de la república? ¿Con qué cosa de la vida que no se debe publicar, quizá porque su exteriorización se halla prohibida y castigada, se ha de crear la vida privada? ¿Por qué se ha de amar y practicar el sexo a escondidas? ¿Por qué no se debe vivir privadamente en público? ¿Qué seriedad es la que se aprueba y fomenta y cuál la que se suspende y retira de la circulación general de las cosas? ¿Se puede e incluso se debe reír en privado y llorar incluso, si se lo encuentra necesario y preciso, en público? ¿Por qué se ha de respetar una república en la que se programa obligatoriamente la ficción y se critica abiertamente la irrupción de la realidad en la estúpida y falaz programación diaria? ¿Por qué unos señores no se pueden besar en plena calle? ¿Acaso se identifica a los señores, y las señoras, con los hijos de la moral de la castidad que se le presupone neciamente a la actividad pública? ¿Se ha de ser, todavía, santo en la calle y libertino en casa? ¿No se puede plantear siquiera la mera reunión de lo público y lo privado, lo político y lo afectivo, lo social y lo sexual? ¿Por qué se ha de mantener por una parte la figura pública y, por la otra, un misterio o un vacío privado esencial? ¿Por qué la vigencia del muñeco de paja en el espacio público? ¿Aún se cree acaso en lo que no se creyó nunca o, simplemente, se trata de situarse al margen, de no saber nada, de no querer saber, de no involucrarse? ¿Por qué el monopolio de lo público por los señores de la cosa pública y sus valores, intereses y problemas, en vez de la proyección e influencia política y social de la actividad de los particulares en la república? ¿Por qué lo privado para unos, si se quiere incluso para todos, y lo público para unos pocos? ¿En qué se diferencia todo este asunto de la hipocresía en que se halla tan cómoda la buena sociedad? ¿Por qué se ha de retirar la vida al ámbito de la privacidad? ¿Por qué se ha de concebir la vida como un retiro e incluso como nuestro verdadero otro mundo? ¿Qué se teme, qué se aguarda, qué se demora? ¿Qué?

El principio de humildad

El famoso principio de realidad que pretende aplicársele al hombre no es más que el intento de rebajarle los humos: ¿quién te crees que eres, insensato? El hombre es demasiado fuerte, orgulloso y potente: es incluso prepotente y arrogante. Pero si quieres tener éxito tienes que agacharte, pues si no te agachas fracasarás de pleno: el triunfo es tuyo a condición de que pases por el aro y te sometas. Un hombre débil, humilde e impotente es la solución a todos los males: de este modo el hombre y el doméstico serán la misma cosa y la identidad estará echada de una vez por todas. El otro ya no será un hombre sino un salvaje y, acaso, una bestia a la que haya que enjaular si no admite la doma. Si todavía deseas preguntarte por qué no quedan ya orgullosos, ya sabes la respuesta: el principio de humildad, aplicación de los sacerdotes y de sus hijos, religiosos y laicos, ha actuado sobre el hombre hasta transformarlo en una sombra de sí mismo, pero una sombra triunfante y soberana. Es quizá la única religión que sobrevive.

Tú verás

La guerra contra los nazis no es una guerra justa: sencillamente, son mi enemigo. Si me dejase, si fuese su amigo, no pelearía: pero son mi enemigo, y no me dejo. Es una cuestión más importante que la justicia o la injusticia: o eres mi amigo o eres mi enemigo, verás. Tú sabrás quién eres: un abogado de las guerras justas o un guerrero que tiene unos amigos y unos enemigos que hablan de él. La justicia no te va a juzgar tan severamente, incluso sería capaz de engañarte llamándote justiciero. Por tanto, mira bien a quién o qué buscas: si una idea o pelear, satisfacerte o jugártela por nada y por nadie. Desde luego no luchas por la humanidad. Piensa, además, que los demás no cuentan: eres tú o los nazis, elige, pues no hay más tiempo y tampoco hay más que pensar. Si deseas una guerra justa, pásate al campo del enemigo: también los nazis tienen su sentido de la justicia, de la libertad e incluso de la ley y el orden, que no es más que una cuestión de ocupación del espacio, su liberación y su saturación, su llenado y su vaciado. Muy pocos como los nazis para hacerlo y, sobre todo, para justificar la guerra y hasta la paz, pues querían poder, poder y matar, y no sabían cómo: y es que no hay mucho que decir, debes saberlo. O son tu enemigo o es una guerra justa lo que tienes en las manos y te pasas de una a otra como una roca candente que te abrasará antes de arrojársela a los demás y abrasarlos casi tanto como a ti mismo.