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Hay que votarlo todo: ¿los negros son humanos?

La democracia de la calle nace en realidad en un despacho y el pueblo elige lo que los sabios le enseñan: intereses de arriba son confundidos con deseos de abajo, de modo que la libertad del pueblo es ya desde este instante el poder de las elites políticas, económicas y mediáticas, en una alianza que podría ser de sangre, es decir, la dictadura de unos pocos podría identificarse perfectamente con la libertad de los muchos, y viceversa. Porque hay que votar: la libertad sí o no, la filosofía sí o no. ¿Picasso es un artista? ¿El hombre evoluciona del mono? ¿Los negros son humanos? La democracia de este modo entendida y practicada es el régimen que saca a votación del pueblo todo lo que quieren los que manejan los hilos y los que estrangulan a la muñeca con sus hábiles cuerdas: naturalmente, siempre sin violencia y por medio de los votos. Por fin el pueblo y los sabios forman un solo bloque, los titiriteros son por una vez generosos y los títeres participan en la elección de la función que representan: lógicamente, la representación es y debe ser la de un monigote que guarde una cierta semejanza con los títeres electores, pues ocupa su lugar y representa al pueblo, que al fin y al cabo es el que decide cuál ha de ser la función a estrenar, con la que logrará identificarse como nunca. El monigote es el precio a pagar por mantener la representación en la que nadie cree y no importa a nadie, pero quizá todos temen desmontar por horror al vacío o el sentimiento de lo que vendrá después: la anarquía, el desorden y el caos. En cualquier caso, la función no la representa a partir de este momento el figurín habitual: hemos pasado de la seriedad a la broma, del discurso al chiste, del rey al bufón. Seamos demócratas y votémoslo todo: ¿los homosexuales son enfermos? Aún más: ¿haremos todavía como que no pasa nada y volveremos una vez más a lo mismo de siempre?

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