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El principio de realidad

El principio de humildad

El famoso principio de realidad que pretende aplicársele al hombre no es más que el intento de rebajarle los humos: ¿quién te crees que eres, insensato? El hombre es demasiado fuerte, orgulloso y potente: es incluso prepotente y arrogante. Pero si quieres tener éxito tienes que agacharte, pues si no te agachas fracasarás de pleno: el triunfo es tuyo a condición de que pases por el aro y te sometas. Un hombre débil, humilde e impotente es la solución a todos los males: de este modo el hombre y el doméstico serán la misma cosa y la identidad estará echada de una vez por todas. El otro ya no será un hombre sino un salvaje y, acaso, una bestia a la que haya que enjaular si no admite la doma. Si todavía deseas preguntarte por qué no quedan ya orgullosos, ya sabes la respuesta: el principio de humildad, aplicación de los sacerdotes y de sus hijos, religiosos y laicos, ha actuado sobre el hombre hasta transformarlo en una sombra de sí mismo, pero una sombra triunfante y soberana. Es quizá la única religión que sobrevive.