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Ministerio de la igualdad

Un autoajuste de cuentas

Las mujeres no son iguales a los hombres, sino que los hombres son bastante peores: sin embargo, son los hombres los que, compuestos de una mezcla de control del poder y mala conciencia, decretan la discriminación -ayer negativa, hoy positiva- por el sexo como si quisieran redimir a su género de todos sus pecados. Es enteramente una cuestión masculina, como un autoajuste de cuentas tras el cual regresarán la verdad y la justicia y la moralidad. Los hombres sufren, los hombres eligen, los hombres mandan: ignoran el femenino poder olvidado de la diferencia. Y todo sucede entre estos hombres y sus mujeres, que al parecer han sido efectivamente maltratadas, despreciadas y sojuzgadas: el precio por ocuparse del poder, el suyo y el que ya están dispuestos a compartir para aliviar su conciencia y quizá volver a ser amados de nuevo. Todo es tan simple que parece mentira, pero no hay más secretos. Ni más pasión que la de una cosa fría, metálica y aparentemente aséptica como la política: el arte de reducir todo al poder (pero el hombre lucha por la mujer, aunque como, lógicamente, la mujer no existe, lucha por la suya, la que él conoce, menosprecia y desea. Y como el hombre en sí tampoco existe mucho más, es este hombre el que lucha contra él mismo, contra la desigualdad a su favor que aún siente en él, esta forma de injusticia e incluso indignidad personal que le afecta en el alma: decir que la mujer es igual al hombre -cosa curiosa y llamativa donde las haya- no tiene otro sentido que creer que el hombre es desigual y goza de una histórica discriminación positiva que, en el fondo, afea su figura. Por lo tanto, la igualdad que él fomenta y proclama le hará más bello y volverá su existencia más placentera: ya no vivirá íntimamente solo y sus días serían al fin más llevaderos. El hombre cambiará, cambiará poder y dominación por virtud y decencia y nadie le podrá ya reprochar nada: menos que nadie, él mismo. Quizá una historia desgraciada, un pasado sombrío, pero nada más: porque habrá dejado atrás su sombra. Hoy luce ya como una patena).