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El que se mueve se sale de la pantalla

El periodismo se comporta como la política, pero la política se comporta como la guerra: ahora bien, la guerra se presenta en la política como una ofensa a la inteligencia -característica que acaso se adapta perfectamente a los bandos en disputa-, una actividad en la que no se sigue más criterio que el del partidismo, el sectarismo, el gregarismo, y la ofuscación respecto al enemigo: en realidad ni siquiera se carece de espacio para la independencia y la libertad, sino que se trata más bien de que ni siquiera se puede estar en medio, porque el que se mueve se sale de la pantalla. El que se para en un lado, y no se trata de otra cosa, se ha de morir en este lado aunque, mientras tanto, se le vea demasiado ladeado: se le tiene para lo que se le tiene, para que se muestre pero se desluzca, se estropee y se aje. Se ha de ser tan tonto como para que se quiera tener razón contra toda evidencia y no se quiera parecer sino tonto: de hecho se es tonto a conciencia como condición previa e indespensable para que el del otro lado de la pantalla se aliste en el atontamiento general con que se aborda la política, un campo en el que si no se es tonto de entrada se es de salida y en el cual todos los tontos existentes en el país se vuelven ciudadanos, consumidores y votantes. Nunca se ha consumido ni votado tanto, nunca se ha visto tal poder y tal potencia. 

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