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General de majaderos y cuadrilla de mentecatos

Exterminando al enemigo no se gana la guerra, tan sólo se muestra un odio enfermizo y ciego al que quizá se debe la derrota o, al menos, la miseria del triunfo, su indeseabilidad profunda: pues ¿por quién se podría querer el poder y la muerte, el poder y la nada, el poder y la negación de los que se hallan enfrente? Negando al adversario todo valor no se proyecta donde se pretende la imagen de un negado sino la de un negador que quizá no se entera de la guerra como tampoco se entera de los deseos de los que se encuentran entre los dos bandos en conflicto: ¿cómo se podría ver a un guerrero de valor en quien se empecina en desvalorar a todos los guerreros a los que se enfrenta?  ¿Qué tropa se podría formar con semejante general de majaderos? ¿Qué comandante se dedicaría a armar a semejante cuadrilla de mentecatos? ¿Qué valor para el triunfo de nuestras armas, se trate de las que se trate, se puede hallar en el fanatismo, el sectarismo y demás ismos de idiotas para la paz y para la guerra? ¿Quién se querría al lado de uno de estos imbéciles y bajo las órdenes del imbécil en jefe? Y lo más sorprendente: a pesar de todo lo que se diga, esta guerra no se libra por mejorar la vida o cambiar el sistema, sino única y exclusivamente por el poder (aunque el poder aún se halle asociado a curiosos personajes que se acuchillan por la espalda y se apedrean cara a cara como cualquier hijo de vecino que se precie. Por lo demás, el bueno, el que se afirma, sin duda se puede encontrar mucho mejor y ser más bueno si se permite destruir al malo, aniquilar su poder, su falta de vergüenza, su estupidez y su cinismo, cuando se comporta negando a los demás como se espera de él sin que se fustre en modo alguno tal esperanza) sobre la jaula de lujo y la ruina de oro en las que la actualidad se presenta como la falta de distancia -la barrera- contra la que se golpean las cabezas, se confunden los sentidos, se bloquean las ideas y se ahogan los corazones de la gente.

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