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Lo que no se pilla es la honradez

Señores corruptos, o sea, señores políticos: un ciudadano les ruega encarecidamente que, en todo lo que no se trate del poder, no se guíen única y exclusivamente por el poder, sino por otra cosa --aunque quizá no sepan muy bien de qué se trata. Porque ¿de qué otra cosa que no sea el poder se puede hablar en todo caso? ¿Acaso de la libertad? ¿Tal vez de la justicia? ¿Quizá de la verdad? El poder es una realidad que se cierne sobre todas las cosas, de modo que las cosas se han de acomodar e incluso arrastrar detrás de él de ser preciso, pues si se alzasen por sí mismas podrían chocar contra él y provocar la caída del sistema, que no es tan fuerte y resistente como se cree: un golpecito aquí, un poco de verdad más allá, y el pobre se va al suelo mientras las cosas, descontroladas, se echan a rodar amenazando incluso su propia existencia, la libertad frente a la seguridad por poner un ejemplo, no sólo el marco que encuadra una tras otra a la totalidad. Porque ¿qué se puede esperar de una libertad que se encuentra sola y puede por tanto campar a sus anchas? Posiblemente la destrucción, legalmente el crimen y socialmente el caos --además de políticamente la revolución, o sea, la no política, la no corrupción: ¿o acaso no se ha conducido con indudable éxito lo diferente hacia el espectro ciertamente fantástico de la barbarie y el salvajismo, el horror de la mente y el temor del poder a la realidad, el miedo a este preso al que se ha de vigilar muy de cerca porque en cualquier momento se puede dar cuenta de que no vive en libertad a pesar de que se le permite casi todo: por seguir con los ejemplos, hablar sin cese, el sexo sin contemplaciones, aunque también se le advierte de los riesgos de ser él y nadie más que él, o sea, un desconocido que se halla por hacer? Pero no se aproximará el peligro a las inmediaciones del sistema por medio del lenguaje por el lenguaje o el sexo por el sexo, sino al contrario: no puede haber mejores aliados que los que se confunden con el enemigo de tal modo, que se sirven de él sin tener que recurrir al empleo de la pura fuerza como con los amigos. En cualquier caso la última palabra se encuentra en manos de la justicia, porque el poder se halla muy repartido, la corrupción también, y de algún modo se ha de llevar el control del modelo, que al fin y al cabo es de lo que se trata: una libertad que se desata de pronto y una verdad que al fin se asoma más allá del escenario, pero ¿y una justicia que no captura a aquella parte del poder que se salta el control derivado de su propio sistema? Ciertamente, tampoco se puede desear el dinero por sí solo, pues antes que nada se trata de mirar por el poder según el cual todas las cosas se ajustan como se deben ajustar a su principio para el equilibrio y la estabilidad de un conjunto con cuya conservación quizá no se soluciona nada pero, entre simulacro y simulacro, se mantiene el dominio de la situación y un lugar superior y externo a las cosas desde el que gobernarlas, someterlas y ordenarlas al fin esencial del poder, que es él y después lo otro, su sostén particular como objetivo y la sujeción general como resultado, porque en realidad la disminución de verdad, libertad y justicia en el sistema es un dato meramente secundario. De modo que, en un sentido amplio, la corrupción quizá no es más que la extraña necesidad de lo que se podría llamar la militarización de la verdad, la politización de la justicia y la estatalización de la libertad: se coge cada una de estas cosas y se las pone todas juntas al servicio del dinero. ¿Del dinero? Del poder: porque la corrupción es el dinero del poder --se atrapa el dinero y se lo pasa de un lugar a otro hasta que ya no se mueve más, o sea, se queda tan quieto como debiera. Se trata de un éxito más, aunque esta vez quizás inesperado y peligroso, de los aparatos de captura: se trata, en fin, del descontrol que se halla implícito en el dinero. La corrupción o el dinero del poder, el poder del dinero, el dinero del dinero, el poder del poder: la corrupción o se pilla todo lo que se puede --y lo que no se puede es la honradez, la limpieza y la integridad.

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