Blogia
http://FelipeValleZubicaray.blogia.com

La hora de la libertad no es una fiesta

La hora de la libertad es una hora grave, de una tremenda responsabilidad, de una seriedad inmensa, que impone: es, junto a la de la muerte, la hora de todas las horas, la del nacimiento a la vida con todos sus peligros, incertidumbres y amenazas. Una hora dichosa, pero dramática: ¿qué ocurrirá? ¿Será un alumbramiento feliz para la madre y para el hijo? ¿Ya estará el padre a la altura? Y además hay que hallarse preparado para el día siguiente, y para el siguiente. No puede ser un acto sin consecuencias, meramente simbólico y, por otra parte, ficticio: alegría sin lágrimas, risas sin dolor --pero también sufrimiento sin parto, aborto con desesperación. Una frustración más. Un simulacro. La hora de la libertad no es una fiesta, un juego ni una verbena a rebosar de inconscientes que no quieren parir un nuevo ser sufriendo como las mujeres sino conservar al mismo viejo resabiado de siempre protestando que alguien no les permite divertirse como si fueran chiquillos. Es la manera que estos hombres tienen de engendrar lo que ha de nacer y ser su hijo, encargado en una noche de embriagador sentimiento y embriagada razón para los días que quedan: un proceso realmente descorazonador para todo aquél que deseara nacer de verdad a la libertad y morir también de veras para la democracia en la que la libertad sobrevive enclavada en la prohibición, el temor y la sumisión al poder de guardia. Porque después de la embriaguez viene la reseca y uno no está ni para ponerse de pie, que es por donde hay que empezar, desde luego: por ahí y por vestirse los pantalones por los pies, respirar por el hueco de la nariz y no por la herida de la boca y, sobre todo, renunciar al cargo y los oropeles --lo demás es pegar otra patada en el culo al prójimo y gastar el día anterior, importantísimo, en ensayarla. O sea, en repetir una vez más la bronca, el lío y el alboroto.

0 comentarios