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El tiempo de Europa

Un continente es el resultado de la batalla que se libra entre las naciones que lo forman y a veces lo constituyen: el continente se llama Europa y las naciones urden en él sus alianzas, elaboran sus estrategias y traman sus planes unas contra otras. La guerra continúa porque la victoria se dice la unión de Europa, pero ninguna nación quiere la derrota que supondría su desaparición y la desaparición de todas el fin de una historia de honor y gloria de cada una, cuando Europa dominaba el mundo y en cierto modo lo dirigía y creaba. Se trata o trataba del tiempo de Francia, España, Inglaterra, un tiempo del que no parece escapar un continente en el que sus naciones siguen peleándose en busca de un éxito que las uniría disolviéndolas sin percibir acaso que el mundo ya no volverá a ser nunca más el que era: el lugar en que una nación de Europa imponía su voluntad al resto. Pero en el mundo actual ya no se respeta a Europa, por la sencilla razón de que lo que existe no es Europa sino sus naciones cada vez más débiles y menos poderosas, enzarzadas en una guerra a la vez contra sí y en pos de sí mismas de la que no podría surgir la victoria de todas sin la derrota francesa, española, inglesa, y subsiguientes. Las viejas naciones ya no se pueden hacer cargo del planeta, además de porque él no lo quiere porque ninguna lo puede, pero los conflictos que tienen lugar en él ya no se resuelven como hasta ahora: amenazan la civilización entera, ya no es una pelea de egos por la supremacía. Europa no se halla unida, pero sus naciones ya no están fuertes y vigorosas: el mundo camina sin Europa, pero también sin Francia, España, Inglaterra. Mientras tanto, se libra en el continente la vieja batalla de los orgullos e intereses nacionales y la culpa la tiene cada vez más América, el responsable es como nunca el otro, y el otro ya no es más el que era: ya ni siquiera jugamos este papel en la escena. El nacional es, desde esta perspectiva, aún más patético (mirad al francés energético, al alemán residual, al inglés anacrónico y al español perdido). Y es que Europa no ha nacido, pero sus naciones aún no se han muerto: preñadas del hijo común a todas que no las superaría sin dejar de matarlas naturalmente, ni paren ni por supuesto abortan, el instinto de conservación es todavía más activo frente al impulso suicida que encuentran en la génesis del futuro que esperan.

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