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Pioneros de la publicidad

Junto al silencio, no siempre fácil de mantener, la mentira es el arma que defiende del ataque ilegítimo de la curiosidad el valor de la privacidad, sea o no sea un derecho: un arma cuyo uso e incluso cuya naturaleza son demasiado fácilmente afeados por los moralistas del desarme, pioneros de la publicidad y transformistas de la verdad. Es decir, la verdad es el desnudo al que el público somete por las buenas o por las malas al particular, frente al cual el vestido que le proporciona la mentira, aun legalmente reconocido, pierde todo su valor, pues el empuje del único desnudo no sólo permitido sino incluso obligado es irresistible y absoluto: el valor de la transparencia reduce a pura y dura opacidad, a veces incluso sin derecho, todo vestigio de privacidad. El público, insaciable, lo devora todo, pero siempre hay todavía más: hay está el privado, un tipo, tanto en el plano individual como en el colectivo, que es como un trozo duro de carne a deglutir y eliminar (¿totalitarismo?) por la bella bestia de la verdad, valor superior asumido y recreado de la esfera de la publicidad en la cual, y por la cual, todos somos y seremos como papel de fumar.

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