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Cada uno solo, libre y desesperado

El esclavo no puede amar a su señor, pero el señor tampoco puede amar a su esclavo: el uno sirve al otro a cambio de su supervivencia, el otro le asegura el sobrevivir a cambio de su servicio --la relación de amor es imposible, pero también hay una forma de imposibilitar toda y cualquier relación amorosa: insertar en la mujer y en el hombre la imagen de una como esclava y otro como señor (una esclava que no sirve y un señor que no asegura la vida), o viceversa. La imagen que aparecería sobreimpresa en el fondo es, más o menos, la de la posadera y el huésped: una relación económica a la que estarían sometidas incluso la afectividad y la sexualidad. Una extraña relación en cualquier caso (hasta tendrían hijos y habrían pasado por el matrimonio) de una blanca mentira y una negra verdad: la mujer mata de hambre (en todos los sentidos de mujer), el hombre mata de una vez (en el único sentido) --cuando no son de este modo activos, simplemente dejan morir. La imagen de fondo ya no es ni siquiera la que era: la ocupan por completo las figuras de la prostituta y el proxeneta, pero también más profunda y reveladoramente la de dos enemigos jurados a muerte -que reina soberana y fantástica en medio de la vida-, en el mejor de los casos cada uno solo, libre y desesperado, sin señor pero sin esclavo, y viceversa (los hombres y las mujeres son como una máquina de cine que proyecta cualquier tipo de película y, aunque depende en alguna medida de sus gustos y preferencias, no hay más que poner en marcha el aparato).

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