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Hoy un caballero

¿Se puede enviar a la mujer a la lucha contra la bestia que se ha vuelto el hombre con la única defensa de una orden de alejamiento sobre él? ¿Se la puede mandar a lo que al fin y al cabo se trata de una guerra -pues como tal se plantea y se resuelve, se practica y se teoriza- con la sola protección de la ley? Los caballeros se caracterizan -¿o se trata tan sólo de una idealización que difícilmente se realiza en nuestros días o incluso nunca?- por defender a las mujeres -mejor dicho, a los débiles: es decir, todos cuantos se hallan a merced de la fuerza bruta y la aún más bruta inteligencia-, pero no se las defiende sin mancharse las manos: porque se las defiende, con las manos y las uñas y los puños y los brazos, de las bestias en que a veces se transforman los hombres -en general, los fuertes: todos cuantos se han comprometido a refinar su fuerza y su inteligencia-, y las bestias no se dejan vencer con un escrito. Al contrario, quizá se excitan ante él -ante su mera noticia- hasta el punto en que por fin se entregan a la satisfacción de la terrible pasión que se ha apoderado de ellas, y se lanzan de una vez por todas a la rápida aniquilación de la presa en que han convertido sus mujeres: se las pega mientras se callan, se las mata en cuanto se deciden a hablar. En el silencio se hallan más o menos protegidas -de la muerte de cuya presencia ya se han emitido demasiadas señales-, pero en la palabra se encuentran más indefensas aún: con palabras no se detiene la muerte, sino que quizá se la adelanta a la fatídica hora que se aproxima de lejos poco a poco e inexorablemente. No se puede enviar a la mujer a la lucha, aunque se trate de la que se desarrolla en torno a ley, quizá sobre todo si se trata de esta lucha, más que si se le asegura la victoria, es decir, la vida (la primera victoria que se conoce): o se defiende o no se defiende a los débiles, pero si se hace se ha de hacer con todas las consecuencias. Pues se trata de evitar que se creen víctimas y verdugos, cazadores y presas, bestias y mujeres, por más que se castigue al agresor y se repare al agredido (pues no se habla para nada de vengarse). En definitiva, no se trata de de la ley y su cuidado, de la preocupación del poder y su fuerza y su conciencia, sino de enfrentarse a la bestia que se alza en cada uno: no se trata, en fin, de ser un buen político, sino un auténtico caballero que se remanga la camisa (y se va a la guerra). Pero ¿dónde se alza hoy un caballero? En la idea más aproximada que se tiene actualmente de un tipo de hombre tan antiguo se esconde el típico villano moderno que se pinta a sí mismo como un ser pacífico, humilde y manso, en el que sin embargo apenas se puede ocultar -sin abombarse- el profundo malestar que se origina en él ante la sola pintura cabal del caballero como el hombre agresivo, orgulloso y valiente del que se puede esperar con fundamento una defensa veraz y capaz de las mujeres, de los niños y de los ancianos (pero incluso se le caricaturiza, se emborrona su figura, se desfigura su imagen, se traza su borrón y su desfiguración como el verdadero enemigo de las féminas: el señor, el dominante, el soberbio, futuro maltratador y asesino de sus hembras). Las mujeres, si se defienden solas, se han de defender de una bestia: pero, si se defienden de un caballero (porque se creen el tachón de moda), se hallan perdidas (se defenderían del único verdadero aliado junto al que se enfrentarían con esperanzas de triunfo a la alimaña humana). La lucha, pues, se complica: los débiles se han de defender, además, del villano de éxito que se halla ahí arriba de guardia. Se multiplican los enemigos: pero, o se les encara, o se multiplicarán también las muertes, los crímenes de Osuna.

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