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Nuevo cristianismo pagano

El Papa no es una estrella del rock porque es humilde, pero hay que admitir al menos que es un rockero como sus miles de fans llegados a su fiesta de todos los rincones del mundo: hay que ver el espectáculo que le montan, él arriba y en el centro, encarnación de la palabra, y abajo y enfrente del majestuoso escenario los suyos en silencio, aguardando al señor de la voz cuya emisión demora y, por fin, aplica: ¡Madrid!, para estallar de pronto en el grito atronador y unánime que resuena en la bóveda del cielo concentrando en sí todo el fervor y el éxtasis: ¡Benedicto! ¡Qué marcha, Dios mío, qué movida! Hasta ahora, el grupo del Papa interpretaba como nadie en el planeta la grave melodía de la pasión, el sufrimiento y la muerte y, a través de estas sencillas pero precisas notas, la justificación de la vida y la liberación del alma: castigar el cuerpo, aunque no con los desgarrados sonidos rockeros, para salvar al hombre de la maldita música del mundo. En cambio la música cristiana es profunda, trascendente, densa y hasta pesada: no es desde luego muy dada a las grandes efusiones de la carne, sino que todo es más bien recogido, íntimo, secreto, como corresponde a la silenciosa existencia del espíritu. Puede ser gloriosa, porque el tema lo requiere e incluso lo facilita, pero ¿alegre? La alegría del grupo papal es la alegría en la esperanza de la vida futura plantada en medio del dolor que redime de este mísero presente en la vida en la tierra, pero es una alegría secundaria e inconsecuente que en sí misma no es nada, carece de sentido y es negativa y pagana, como celebrar un banquete en mitad del hambre de los pueblos: cristiana, en cambio, es tan limpia y pura como beber una copa de agua, aunque de agua bendita que obra el milagro de curar los males del ánimo más decaído. Y es en este punto donde salta la sorpresa, porque un Benedicto entregado a la fiesta, la celebración y el gozo con la ligereza y superficialidad que caracterizan inevitablemente a estos acontecimientos, no es verdaderamente de este mundo y, sin embargo, ahí está con sus chicos haciendo de un tema tan serio como Dios la letra y música de un espectáculo tan intrascendente o, si lo preferimos, inmanente como el resto en una especie de nuevo cristianismo pagano. Porque hay que ver qué amores, qué placeres, qué juegos.

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