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Playas de la libertad

Los tunecinos no hacen turismo, abandonan las playas -si alguna vez las pisaron-, salen a las calles y hacen la revolución: ¿la socialista? ¿La islamista? ¿Tal vez la bolivariana? No teman las potencias: no es caso de volver a una dictadura por temor a caer en otra, o de mantener la que cae por pánico irresistible a la que no llega. Pero por una vez la revolución no es la gran prostituta de la política y hasta puede ser sinónimo -por fin, tras tantas promesas y obligaciones incumplidas- de la libertad, la justicia y la paz: tal vez las que reinan en los países de origen de los turistas que abarrotan las playas tunecinas. ¿Qué ha sido de nuestros sorprendidos compatriotas? La revolución les ha pillado en bañador y han perdido un baño y ya no puede haber duda sobre un par de cosas: por una parte, el turismo no era político y, por otra, la dictadura era evidentemente turística --a pesar de que no constara en ninguna agencia de vacaciones europea: un filón nunca explorado por sus publicistas, prueba evidente de la falta de imaginación de una actividad creadora que a veces reclama el tratamiento de arte, el arte publicitario, más dado a a la ocultación que a la exaltación de ciertos exotismos. Apúntense a realizar un tour por el palacio del dictador presidente y las mansiones de los jerarcas del régimen, porque no todo va a ser sol y playa sino que también la cultura ha de tener su propio espacio: una de las ventajas, y no la más desdeñable, de tour tan genuinamente revolucionario es que si les alcanza de pronto la revolución en un país tranquilo y seguro donde manda el orden los turistas poseerán la cultura suficiente para comprender lo que está pasando. Que la libertad, la justicia y la paz están de turismo en otras tierras y que incluso el orden es una barbarie, la seguridad un crimen y la tranquilidad un cementerio: todo estaba preparado para los turistas y, de pronto, hay vida ciudadana, vida quizá digna de ser copiada en las autoritarias democracias occidentales sacudidas por la crisis y un amor nunca muerto del todo por los dictadores a la tunecina, o sea, los dictadores enmascarados, los nuestros. Parafraseando a uno de nuestros más célebres dirigentes mundiales: Fulano es un hijo de perra, pero es nuestro hijo, mientras que Mengano es el hijo de perra del vecino. Y hay que elegir entre Fulano o Mengano. Pero los tunecinos han machacado esta falsa disyuntiva y nos han colocado frente a la auténtica: la civilización desnuda o la barbarie disfrazada. Las playas de la libertad o las playas de la ignominia.

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