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El desmandamiento

Para este viaje a la derecha no se necesitaban aquellas formidables alforjas a la izquierda, quizás hubiera bastado con que el viajante se declarase partido de gobierno cargado de política de estado: cerrar el cielo para abrir un agujero o, dicho de otra manera, provocar la rebelión en la tierra para restaurar la autoridad en los cielos no es cosa que se vea todos los días. Pero ¡qué no se hará cuando el bueno de oficio encuentra al malo de vocación tan predispuesto! ¿Acaso no se trata de acabar de una vez por todas con los privilegios? Los gobernantes no se arredran ante los privilegiados de cuya muerte digna aún no les han convencido del todo: los trabajadores del aire cobran unos sueldos que se elevan varios palmos por encima de los de tierra, quizá porque se añade a una injusticia más chica la otra más grande de estar más cerca del cielo. Hay que acabar con esta situación discriminatoria y absurda: los aéreos se han de agachar todo lo que les permitan sus espaldas hasta encontrarse con los terrestres en un punto económico intermedio entre el cielo y la tierra. Si hay que morder el polvo se muerde, pero nadie se alarme, porque se puede optar por hacerlo por las buenas o por las malas ya que la libertad reina: la libertad constitucional, claro. Como el orden, constitucional por supuesto, que se ha de mantener al precio que sea, incluso prolongando la excepción a la regla: la pregunta que no se temen plantear los dirigentes es quién controla a los controladores si se descontrolan y desmandan, quizá porque en estos terrenos del descontrol y el desmandamiento no deberían haber competido nunca con sus jefes, estos pez en el agua, ave en el aire y reptil en la tierra que se mueven por los tres elementos a sus anchas, es decir, prendiendo por todas partes mil fuegos. O yo o el caos, o los soldados o quedarse sin vacaciones en tierra: poco hay que trabajar en cualquier caso, pues la elección ya se da hecha. ¿De paso no se podría militarizar la economía? La normalidad nos protege todavía, pero nadie se debería asustar ante una decisión democrática de un gobierno democrático de una monarquía democrática; el estado de alarma se ha pensado para resguardar a la democracia democrática de la otra. Gracias a la alarma no hay nada de que alarmarse, ya se entiende. Aún menos de la crisis, o sea, de la excepcional normalidad económica que nos gobierna.

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