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El rey nuclear y los analistas desnuclearizados

Unos analistas opinan que se trata simplemente de un chantaje ya visto con anterioridad -y añadiría uno que, al parecer, exitoso, pues si no, el supuesto chantajista no habría repetido e incluso mejorado el truco-, con lo cual parecen conjurar o al menos rebajar la gravedad de la evidente amenaza contra la paz y la seguridad del mundo, la no remota posibilidad de que la prueba se convierta en un bombazo de verdad, o sea, con cientos e incluso miles de heridos y muertos; otros, que, según declaraciones del interesado más que afectado, con la explosión de una bomba atómica de una potencia quizá similar a la que asoló la población de Hiroshima -precedente que utilizan como si todo fuera lo mismo y, más allá de su poder de destrucción, se pudieran comparar una bomba y otra: claro, las dos son bombas, tienen los mismos componentes y el mismo nombre, y por tanto quizá no hay por qué reparar en la pequeña diferencia de que ni las hacen explotar los mismos ni se explosionan ellas solas-, pretende disuadir a sus malvados vecinos de una posible agresión a su país auspiciada y apoyada sin duda por un poderoso enemigo que no le puede ni ver, acción sumamente improbable que se produzca porque los que le rodean en un sentido figurado o meramente físico y geográfico -desgraciadamente para él y la posibilidad de que sujete a su mente, quizá el único ciudadano o ciudadana que bajo su régimen se encuentra demasiado libre y sin gobierno, no vive en una isla en mitad del océano, sino que se halla obligado a convivir con otros que quizá no piensen lo mismo que él y hasta les disguste cómo es y cómo actúa y este disgusto no acabe de entenderlo ni asimilarlo del todo- no albergan intenciones particularmente hostiles contra él -el que no sean sus amigos no significa que sean sus enemigos, aunque es cierto que si no están en su contra no es porque estén a su favor-, entre otras razones porque no se hallan en posesión de la bomba que él posee y exhibe con temeridad digna de mejor causa y atacarlo sería poco menos que suicidarse de manera indirecta pero segura y fatal; otros más, que con la broma nuclear -pues los analistas coinciden en que, aunque maldita sea la gracia que tiene, estamos ante la siniestra chanza de un jugador de farol que no se atreverá a arrojar las cartas o, por lo menos, las bombas sobre la mesa- busca atraer la atención de la primera, ya que no la única, potencia económica y militar del mundo, pero si por medio de baladronadas y desplantes periódicos consigue que el  extraordinario rival con el que quiere medirse le mire de vez en cuando es más que dudoso que logre en cambio que le escuche y haga caso, pues estas maneras no son desde luego las más indicadas para hacerse apreciar y querer, sino que corre el riesgo de que con estos bruscos modales no sólo el temible y codiciado objeto de su inaudito deseo sino cualquier observador que lo contemple sin un previo y quizá lógico rechazo lo juzgue una especie de criminal que no se merece otro trato que el que le deparase la justicia mundial por poner en peligro a la humanidad con el uso y comercio del armamento nuclear; la mayoría de los analistas, sin embargo, no piensa una cosa tan sencilla como que se trata de un monarca absolutista, apopléjico y nuclearizado que, si no se le paran los pies cuanto antes, es perfectamente capaz de originar una terrible catástrofe en el momento en que se le crucen los cables -que no debe de tenerlos demasiado en su sitio: rasgo no infrecuente ni siquiera entre los mejores dictadores-, porque quizá no le importe nadie más que él mismo y su comportamiento no ha sido nunca como para hacer amigos ni en su casa ni en la de su vecino: su paranoia se hallaría más que justificada, pues es un tipo rodeado de enemigos por todas partes menos por una, o sea, aquélla en la que él no está presente ni ante su imagen. Qué le vamos a hacer si al parecer a ningún analista se le ha ocurrido que lo que no logró el nazi lo logran sujetos de esta calaña que además tienen la enorme ventaja respecto a aquel criminal consentido y desdichado como más o menos es el nuestro de contar con más de uno y de dos que aseguran, con una seriedad digna de una respuesta más contundente por parte del resto, que el nazi es el poderoso americano, el mismo.

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