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Euskadi

Entre los nacionalistas de toda la vida se ha deseado siempre la independencia, pero no se le ha querido a gritos ni se le ha pretendido a tortas: se trataba de un valor implícito. ¿Por qué vocearlo? ¿Acaso se desea o se puede desear otra cosa? ¿O no se concibe la autonomía como una forma tranquila y ordenada de esta voluntad situada siempre al fondo? ¿Se olvida quién se es o se teme no serlo, se desprecia cómo se ha actuado siempre, se ignora quién se es o se busca ser quien no se debe? ¿Qué se ha de gritar, qué se ha de dejar claro, qué se ha de manifestar a todas horas? Pero ¿acaso no se trata precisamente de no gritar aquello que se halla meridianamente claro, aquello que se halla más que manifiesto? Entre los nacionalistas de siempre no se anhela la independencia al precio de la democracia, no se ansía la estalidad o la soberanía o la territorialidad a costa de la libertad, no se ama el poder a cambio de la ciudadanía: no se fuerzan las cosas, se actúa con finura, se detesta la sal gruesa, se ejercita la inteligencia sin desechar la honradez, se seduce, se enamora, se conquista, siempre desde el respeto más escrupuloso a la mayoría de edad de la población, y se sabe bailar, se guarda el compás, no se pierde el oído, se mantiene el ritmo, se camina al son, se acude al baile de la chica y se gana su corazón sin liarse a patadas ni escupitajos con los demás pretendientes de su secreto y su intimidad. Porque se tiene tiempo, porque no se es un histérico que se siente sin aire que llevar a sus pulmones, porque no se es un cretino al que la fuerza se le escapa por la boca, porque se está completamente seguro de lo que se hace y lo que se es, porque se es un tipo que se aguanta sobre sus propios pies, porque se hace lo que se debe hacer sin dejarse arrastrar por unos ni por otros, porque no se tiene prisa y las pausas no se entienden desde el nerviosismo y la dramatización sino desde el propio sentido de la marcha con sus paradas y descansos en un camino que se ha de continuar con la misma forma de andar alegre y confiada, serena y feliz; se trata del protagonismo de hombres hechos y derechos, pacientes y maduros, no imbéciles y atropellados tanto de veinte como de setenta años, cuando aún no se sabe que se va a envejercer o se teme demasiado que se va a morir, el proceso de la vida y la política se acaba o prácticamente no se ha iniciado aún, los cuales no se permiten identificarse con la parte ni el todo ni alzarse sobre un pedestal de poderío, soberbia y caudillaje tras el que se han de agitar los suyos y detenerse los demás, porque se dirigen a todos sin partidismo ni mucho menos totalitarismo. La nación: una construcción de vascos de diferentes maneras de ser, y de ser vasco. La independencia: una cuestión social y no un asunto personal de unos cuantos. La violencia: una manifestación de la prisa y las urgencias del día, de la falta de tiempo y la sensación de muerte acuciante y letal. Euskadi no se crea desde su interior sin ser la tierra de atracción, acogida y absorción del exterior, y no se integra a nadie en su seno si se le priva de la facultad de elegir y aceptar y en consecuencia se le obliga a rechazar. Euskadi: madre de todos los sin tierra, no padre que se apodera de la tierra de todos primero para él y luego para uno de sus hijos. Padre: no el excluidor de los de fuera e incluso de muchos de los de dentro, sino el asimilador de todos sin distinción en la casa de la familia de su mujer la madre. Diferencias: entidades neutras, ni positivas ni negativas, sino precisamente diferentes o lo diferente se inicia por lo diferente mismo. Y, por fin, obligación aplazada e ineludible de la diferencia cuando se reivindica su derecho y su verdad.

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