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El discurso del avestruz

En realidad no se trata de los que roban, aunque ambicionen por supuesto el botín, sino de los que se hallan dispuestos a matar y morir como por oficio: ¿qué pueden hacer los policías ante individuos que se comportan con semejante determinación? ¿Se habrían de convertir en soldados? Pero ¿y los políticos que les mandan se habrían de transformar en generales? Demasiadas mutaciones para un resultado al fin y al cabo incierto, de manera que más vale conservar el estado tal y como aún se encuentra y que se plantee la batalla en los términos más convencionales de policías y ladrones, políticos y criminales, aguantando las eventuales bajas ocasionadas en el campo propio. ¿Que se matan entre ellos como y cuando les parece? Que se maten si es lo que desean. ¿Que nos matan a nosotros como jamás se lo perdonaremos? Qué se le va a hacer, más muertos produce declarar la guerra, sin duda se trata de elegir el mal menor. ¿Cuántos espías y traidores se podrían encontrar en nuestras filas? ¿Qué sucedería con nuestra democracia si se pusiera en primera línea de fuego a soldados y generales? Ellos son los malos y se dedican a aquellas actividades que nosotros no aprobamos, nosotros somos los buenos y nos encontramos con que se entrometen cada vez más en nuestro territorio, provocación en la que no debemos caer pero a la que hemos de hacer frente como ya se ha indicado: hay que mantener lsas distancias y seguir creando delincuentes, utilizar la policía y las carceles y, mientras tanto, la morgue y tranquilizantes de palabra e incluso de obra para el pueblo. Las armas del estado no son las de estas bandas que desearían se las tratara como lo que no son: un poder paralelo al de la ley y en competencia con él, que debe ser el único. Pero, silencio, que nadie que no se deba enterar se entere: lo que está ocurriendo en nuestras calles, el espectáculo al que el mundo asiste entre atónito y espantado es una guerra privada que se hace en mitad del imperio cada vez más resquebrajado del orden público contra el poder legalmente constituido de la sociedad, al menos de la pacífica y honrada, ya que no de la honorable y violenta. Podemos asegurar sin embargo que los bandidos no se mudarán en políticos, aunque algunos ya lo sean, ni las bandas en partidos, que también en cierto modo, y ganaremos esta guerra encubierta que sin embargo se libra ante los ojos de todos por medio de nuestros recursos infalibles predilectos: el discurso público y la propaganda oficial. Y, por supuesto, la táctica del avestruz: meter como siempre la cabeza debajo de la enorme ala de la administración.

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