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Prohibido escupir en el campo de batalla

Es absolutamente impensable que los periodistas informen realmente de nada, por la muy simple razón de que desconocen la información que no está al alcance de cualquiera y, si acaso la conocen por estar en el secreto, la guardan y velan: son, digamos, informaciones de guerra sustituidas por la propaganda, silenciadas si perjudican al amigo y publicadas si lo hacen con el enemigo. Pero ni siquiera es seguro que todo lo que perjudique al adversario sea informativo en vez de meramente propagandístico: es, simplemente y sin duda, un ataque al rival en la lucha por la conquista del poder. Lucha política, económica, social y cultural, librada en los terrenos del periodismo, el mismo poder que los otros. Los mismos periodistas pueden ser cesados al instante si no cumplen correctamente su función, que consiste básicamente en saber qué decir y qué callar, qué silenciar y qué publicar, porque la guerra deja cadáveres con vida. No es que la información no sea veraz, es que no hay información y, ciertamente, toda operación de guerra es auténtica: ¿debería ser sin embargo ilegítima? ¿Habría que aplicarle el principio de la guerra justa y el empleo adecuado de la fuerza? La opinión no delinque y la información es secreta: la una, sea la que sea, ya no es peligrosa y no pesa sobre su emisión pública la censura, y la otra existe fuera de la opinión publicada y su lugar lo ocupa la obligada y legal propaganda política de guerra, el amigo y el enemigo, incluso el demócrata y el fascista, ejemplo clásico de propaganda pura y dura. A veces el atacado pide ayuda porque al parecer el atacante ha causado un daño al que no ha podido hacer frente él solo, pues tal vez no ha sido capaz de soportarlo con la entereza y la ejemplaridad con que otros de sus colegas de batallas lo han hecho en otras y más sangrientas lides, y el juez al que la solicita, que también está en guerra, le proporciona el auxilio requerido: usted ha traspasado la frontera, le dice al atacante, una cosa es la información y otra muy distinta la opinión, al menos según la teoría, y usted ha mezclado ambas de muy mala manera --mi sentencia crea un precedente: prohibido escupir en el campo de batalla. La justicia contra los escupitajos en la guerra, no absolutamente contra todos sino especialmente contra algunos: los que van cargados, con sus calumnias e injurias, contra el hombre honrado y verdadero, limpio y cabal donde los haya, que vive en paz con todos y tiene que salvarguardar su prestigio. En suma, no escupirás a un caballero de la política: sal fina, amigos de la prensa, que los pobrecitos ofendidos pueden volver a reclamar de la supuesta autoridad civil competente ataques sutiles, silenciosos y correctos, sobre todo por parte del enemigo. Ha vuelto la guerra de espadachines al país de la tranca. 

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