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San Dionisos

Los desconocidos se encuentran y se abrazan como si se conocieran de siempre, los conocidos se pierden y se abrazan como si no se conocieran de nunca: nadie se hace preguntas, ni por el nombre ni por el lugar de origen ni por la profesión, pues también las respuestas se han quedado viejas. No se busca la despersonalización, sino todo lo contrario: se pretende recuperar el cuerpo y todos sus sentidos, los físicos y los morales, pues se sospecha de su fuerza, de su energía, e incluso de su naturaleza. No se es más que el cuerpo, pero el cuerpo de fiesta: la gente se rompe, se destroza, se parte, pero no se detiene, se mueve sin parar, se mantiene en pie e incluso se prolonga en la danza. Se brinca de nuevo, se salta otra vez, y no se guarda nada dentro: todo lo que se es, se halla ahí fuera, y no se es otra cosa, como tampoco se está en otra parte. Se ha perdido el alma, se la ha arrojado por la borda, se le ha prendido fuego: se vive al día, en la calle, pero de noche y en casa se vive igualmente. Sin duda se acaba muerto, pero se renace nuevo, entero y vacío, pues se es ligero como una pluma: no se trata de la edad sino del peso, y no se pesa sino lo que el cuerpo, un ser que se disloca, se revuelve, se lanza, y se hace uno con cada uno y todo con todos. No se posee más consistencia que la del deseo, que se proyecta del interior al exterior como para unos un horror y para otros una maravilla, y no se tiene volumen, espesor, tamaño, sino aire, pulmones, vuelo: se es y se está fresco, quizá más que el primer día, en el sentido en que no se soporta ya el peso del alma que se ha ido creando en el hueco del cuerpo con el deseo con el que no se ha jugado sino que se ha materializado como alma, carga, relleno: en realidad, paja que se quema en el cielo con los primeros sones de lo que se festeja. La gente, tanto los vecinos como los forasteros, se reconocen, se saludan y se identifican por los rasgos peculiares y característicos de la fiesta: el gasto y no el ahorro, la intuición y no el cálculo, la ligereza y no la gravedad, la inmanencia y no la trascendencia, la sorpresa y no la previsión, el juego y no el trabajo, incluso la desarticulación y no la integridad. Se ama la vida y todo el mundo se muere y se mata, mientras en mitad de todo se ríe, se baila y se canta: una pierna por aquí, otra por allá, el sexo y el amor por todas partes o casi, y ya se acabaron las fiestas de san Dionisos de san Fermín.    

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