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El blanco cordero y las ovejas negras

Una banda de racistas y xenófobos criminales es sin ninguna duda culpable -está en la definición el serlo-, pero ¿dónde están? ¿Quién los conoce? Quizás alguien lo sepa, pero el estado del que participa esta banda a la que no impidió sus crímenes -miró para otro lado, precisamente el lado en que no estaban los otros- no los persigue, luego les protege: ¿cómo no iba a proteger a sus ovejas negras? Un estado de racistas y xenófobos pacíficos y honrados que no tienen sobre sus conciencias ni los crímenes de sus hijos perdidos, que debieron despreciar a los otros pero sin llegar a exterminarlos, es inocente como un blanco cordero: ¿cómo es que estos chicos han hecho lo que han hecho? ¿No habrá sido acaso porque hasta los más maduros fueron una vez unos locos muchachos? Los criminales han desaparecido y los honrados son invisibles, de modo que lo único real son los cadáveres: todo lo demás es fantástico, espectral, alucinatorio. Como el estado, como su banda --los estadistas inferiorizaron a los otros y los bandidos los eliminaron como si fueran ratas, serpientes y cucarachas: grupos e individuos de un sitio y otro que pueden ser para cualquiera verdaderamente estúpidos -nacionalistas, etnicistas, populistas-, pues fundan su valor sobre la sangre cuando admitir esta valoración es como admitir un cálido y tontorrón trato ovino, son diversamente responsables de la matanza, autores en distinta medida -no menos los que no han manchado de sangre sus manos que los que no las han mantenido a resguardo-, pero unos son políticos y otros asesinos: sean quienes sean los inocentes y los culpables, y los haya o los deje de haber, solamente unos controlan los tribunales, las cárceles y las comisarías. Y tienen -porque pueden- colegas en todas partes. 

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