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Los verdugos son los muertos

La verdadera diferencia entre las víctimas es la que hay entre quienes pueden contarlo y quienes no pueden --porque les han quitado la voz e incluso la garganta. Entre quienes pueden contarlo unos dicen ser víctimas de los señores y otros de los esclavos --pero entre los victimistas la diferencia está en que unos dicen ser víctimas porque no son libres y otros llegan a ser verdugos mientras son o siguen diciéndose víctimas: unos y otros son o dicen ser víctimas de la falta de libertad (seguramente causada por aquellos a quienes llaman con desprecio los señorones), pero unos no van a dejar de ser víctimas y solamente víctimas (su victimismo es, podríamos decir, la sustancia y no el accidente de su sangre) de aquellos en contra de los cuales montan su identidad, mientras otros no están dispuestos a abandonar el victimismo común a ambos desde el que justifican el mal que causan a quienes no reconocen su diferencia. Unos -víctimas que son o dicen ser siempre- sufren a los malos (gracias a los cuales, y decimos gracias, no son libres, pero también son víctimas: un valor importante entre algunos), otros -víctimas que no dejan de serlo o de decirse ni cuando llegan a ser verdugos- les matan: ¿y qué crimen hay en matar a malos tan despreciables? Los verdugos de unos y otros son los señorones, que incluso cuando mueren de forma violenta siguen creando víctimas, las mismas víctimas de siempre: los que -aunque vivos y a veces coleando- no son libres... no por su culpa (más bien por culpa de los que aún quedan como sobrevivientes a su espíritu de revancha). Las verdaderas víctimas no pueden decirlo, luego no pueden serlo: es irremediable que en estas circunstancias los verdugos sean los muertos.

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