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Un polonio humano

El Estado tiene una manera muy especial de actuar: parece que está reprimiendo, por ejemplo, la traición; pero lo que está haciendo realmente es crear un enemigo y un amigo, un bueno y un malo, un traidor y un leal, e incluso un vivo y un muerto; pues también proporciona de este modo una lección a la población: mis partidarios sobrevivirán y serán felices, mis detractores serán desgraciados y perecerán --la vida de cada ciudadano, incluso la de sus amigos y familiares, está en peligro, pero todos y cada uno saben de sobra cómo ponerla a salvo. Pero ningún funcionario del Estado envenena a nadie y, si alguna vez apolonia a alguno, lo hace de un modo muy particular: evidentemente, no envenena a un pobre espía ruso, sino que fabrica con él y a partir de él un polonio humano, una bomba andante que contamina todo aquello que toca, amén de advertir a todo aquello que no toca. ¿Y qué es un polonio humano? Un polonio de estas características es el último producto facturado hasta la fecha por la fábrica del Estado con un adversario de dentro -en esta eterna y secreta guerra civil de unos cuantos que ruge en sus entrañas- y un poco de polonio 210: en definitiva, el efecto de la suma de la actividad de siempre y la radiactividad de hoy y quizá de mañana. Pero el Estado no es envenenador -como ya sabemos, no reprime el delito sino que crea al delincuente-; es más bien el que produce con el veneno su salud y la salud de los suyos, porque la enfermedad de los demás es un problema de los demás. Por un solo polonio humano hay 210 millones de humanos sanos que saben qué hacer y qué no hacer para ser buenos súbditos sin resultar apoloniados. En las manos correctas y adecuadas, el antiguo arsénico y el nuevo polonio dan para mucho. 

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