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Los supervivientes de la guerra

El acuerdo es dejar las armas -consideración de guerra- a cambio de mantener, recuperar o alcanzar el poder -la legalidad, la respetabilidad, la legitimidad-: hacer triunfar a la política, que es el arte de conservar la guerra pero de otro modo: diferida, cambiada, representada --el emperador, rendido pero aún poderoso -pues puede enviar a los suyos a la destrucción de todos-, mantiene el cargo: prolongar la guerra le perdería incluso a él personalmente. El general, victorioso aunque no único y absoluto como el emperador -su poder es otro y está obligado a extenderlo incluso a sus enemigos-, maneja los hilos. Es un secreto que corre entre unos pocos el desenlace de esta historia y si esta historia es realidad o ficción: copia fallida o prodigiosa de un modelo de éxito como pocos. Los políticos son siempre los supervivientes de la guerra, porque la guerra difícilmente llega hasta sus últimas consecuencias: la aniquilación de la política y no necesariamente la creación de otra cosa: un estado de guerra, incluso sin efusión de sangre, que impide la representación, en el que cada cual hace lo que puede si es que puede: tanto pelear como amar, vivir en paz -al lado de la guerra-, reír, ganarse el pan, morir y descansar. Una muerte o una serie de muertes, llámese atentado o acción armada, puede desencadenar la guerra: lo que es seguro es que pone en peligro a la política --y, salvo algunos de los dos lados, tanto unos como otros son amantes de la política representativa y democrática en la que los políticos están en lugar del pueblo al que sirven y por cuyo servicio obtienen no siempre solamente un salario.

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