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Politicultores

Eta es un natural que ha fracasado, pero su lucha está bien afincada en esta tierra, que no es suya pero tampoco deja de serlo: Eta es el fruto de una tierra que otros han cultivado, pero Eta recoge la cosecha. Eta no tiene una cultura propia, su cultura es simplemente la antiEspaña -pero practicada hasta las últimas consecuencias, sin concesiones, con coherencia radical y extrema: valores de los que tal vez solamente Eta puede presumir, como de la famosa veracidad que muchos le atribuyen-: otros la han sembrado, no es una semilla nueva, aunque de su negrura pretenda la pureza: la identidad más íntegra, la integridad más auténtica. Eta quiere a los vascos como Dios manda, pero cómo son los vascos Eta no lo establece: lo definen otros politicultores, otros agricultores de la buena simiente a los que les resulta difícil desechar su idea de la buena tierra, una labor de años, un cultivo de siglos. Pero Eta ha fracasado, quizá no hasta el punto de rendirse a su extraño e íntimo contendiente, sino porque no ha logrado provocar la rebelión de los vascos contra los españoles: es decir, no ha provocado la guerra civil siempre tan presente y tan remota en estos pagos, una guerra entre vascos, los buenos y los malos vascos, por supuesto, o, lo que es lo mismo, los vascos convertidos en nacionalistas frente a los vascos no convertidos en nacionalistas transformados a su vez en antinacionalistas. El terror que en la paz hemos visto en esta tierra, en la guerra sería invisible, porque todo sería terrorífico, ya que la guerra lo cubre todo: hasta el momento Eta no lo ha conseguido, pero es porque no ha podido ensanchar y aumentar la rebelión. Y, sin embargo, en mitad del fracaso, el intento de Eta puede repetirse y, mientras lo hace, triunfar: la lucha contra las malas hierbas no es exclusivamente vasca, aunque parece haberse confundido estrechamente con la oscura flor de esta tierra, procurándole una identidad, la más pura, que sin embargo no es tan vasca como parece y sin duda vive del agua y del sol y del aire de nuestros campos. La guerra contra quienes arruinan la tierra y la echan a perder convirtiéndola en la mala tierra de los malos hombres, la que no cultivan sino que abandonan a su suerte, dejándola cubrirse libremente de arbustos, hierbas, árboles y raíces de todas clases: esta lucha ha de terminar, y de hecho está terminada en casi todas partes, pero el que no la veamos no supone en absoluto que haya desaparecido. Cuando es invisible es peor: o ha triunfado definitivamente o todos los implicados han perdido la vista y son ya ciegos. La guerra oculta, secreta, tal vez cobarde, que envuelve a todos cuantos domina, y los domina por el odio, el espíritu de venganza y el ansia de exterminio del otro al que todos culpan de su destrucción o de su abortamiento: del fin de la buena siembra o ni siquiera de su nacimiento, en el país que sea, dos, uno o cuarenta, porque es el mismo país con los mismos paisanos, sobre todo en la paz, en la paz mucho más que en la guerra.

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