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Sin excusas

Sin excusas es la película en que la tragedia es, porque las cosas son como son y no pueden ser de otra manera, pues de otra manera serían falsas o, mejor dicho, no serían: la tragedia es que son de este modo y no de otro -un poco diferente, sin embargo, a como nos las representamos habitualmente-, con la diferencia o la singularidad de que siendo como son es para partirse de risa precisamente por la tragedia en el ser por el que son las cosas: el que ayer no estuviste, hoy estés y no estarás mañana, es tan de risa como el que los hombres y las mujeres anden unos detrás de otros tanto para amarse como para matarse, pero sin respetar las reglas del amor, la monogamia y la fidelidad porque realizar o incluso desear este imposible sería para morirse de aburrimiento o de rabia y, en definitiva, no ser trágico sino más bien patético. Sin excusas ha de ver y hacer ver las cosas de esta manera: las cosas son como son, no es una comedia, pues es para romperse de risa y estas rupturas no son chistosas, y, si no fueran, si las cosas no fueran o fueran falsas, si parecieran lo que no son en vez ser lo que parecen, el contraste con su ser arrastraría a reír como unos descosidos, o tal vez como unos condenados, y estos rotos tampoco son tan remediables. La risa es trágica, fatal, inevitable, y la tragedia divertida, reidora y dichosa: las cosas, aunque quizá de algún modo esquivables, están ahí fuera siempre. Y nos esperan... sin excusas. 

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