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Una definición del terrorismo

Una fiera dormida pero nunca aplacada

El terrorismo no es la guerra, sino la política: una política, entiéndase, de la dictadura en nombre de la libertad que pretende arrastrar a su terreno a todas las demás estimulando el apetito de poder común a unas y otras, de tal manera que los ambiciosos, los pusilánimes y los estúpidos son sus aliados, pero en todo caso sus protagonistas son los resentidos y los amargados a los que no mueve más que el odio a los otros. Por supuesto, el terror no tiene por qué ser siempre ilegal y contrario al empleo de la democracia: puede intentar la toma del poder, y la implantación de la dictadura, por medio de los votos en vez de las armas, buscando de este modo una legitimidad de origen que le haga más fuerte. Yo ya no soy rechazado, sino deseado, amado y querido: en la política, ya lo hemos señalado, anida el terror como una fiera dormida pero nunca aplacada. El terrorismo, pacífico o violento, votado o armado, es en cualquier tiempo y lugar el producto más claro y debatido del resentimiento: defender abierta u ocultamente  este valor, este antivalor diríamos, en contra por ejemplo del de la agresividad característica de quienes lo ignoran -agresivo es, en la pelea y en el juego, activo: que entra, que acomete, que ataca, que no espera al otro a que actúe para actuar él, pues la iniciativa es suya, como también adelantarse a sus jugadas: es amor a sí mismo y no odio al otro, al que respeta y vence en noble lid, que es la que él practica, de la que no baja, y en la que su contrincante sale realzado, pues perderá pero por una vez convencerá-, es desarrollar consciente o inconscientemente, de manera tonta o lista, necia o astuta, el falso juego del terror. El beneficio puede ser un fiasco: el político del terror es un protagonista único y absoluto que pasa por encima de sus aliados como del campo que pisa y holla (ahí deja la revolución en nombre de la libertad de la patria o del pueblo, la revolución nacionalista o la comunista: todo para la nación o todo para el estado, todo para el caudillo o todo para el partido, en cualquier caso todo para el mismo y siempre sin los otros, incluso contra los otros mientras no sean nuestros: nosotros y ellos).