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Pisco

La Tierra temblará bajo los pies de todos

El que, por diversos motivos y circunstancias, generalmente más de índole natural que política (una catástrofe, la política, difícil de visualizar), da pena, lástima, compasión, y con su sola presencia conovoca a lo que denominamos como solidaridad, una forma de alivio de la mala conciencia (este lagarto verde que hiberna durante largas temporadas de su triste y fascinante existencia), lo tiene claro, tanto en el primer como en el tercer mundo: lo que para él es hoy atención plena, mañana es olvido absoluto. ¿Qué pasa con los pobres, los enfermos, los locos, que no son meros productos naturales (son, y lo son siempre, los afectados por el desastre), como tampoco los cuerdos, los sanos y los ricos? ¡Cuánto molestan los desgraciados! Molestan tanto, que incluso hay organizaciones dedicadas a que, por unos cuantos euros al año, dejen de hacerlo: son el socorro blanco que, pintando a la mañana el mal, lo invisibilizan el resto del día. Son los creadores, conscientes o inconscientes, de la noche en la que los desdichados reinan como sombras a las que tan sólo la catástrofe los saca a la luz del sol: ¡qué malos son los terremotos y los huracanes! Pues ¿acaso no vemos de pronto que hay ahí unos pobres diablos que, tras estas duras imágenes, desaparecen de nuevo de nuestra vista?  El cataclismo ya ha terminado, ya no quedan escombros, los muertos han sido enterrados y los heridos curados: ¿dónde están los pobres? A veces tienen la desgraciada ocurrencia de cometer la diablura de asaltar nuestras conciencias, pero ni con estas frecuentes aunque raras argucias duran mucho en el recuerdo: son como un latigazo que apenas deja huella, a veces ni siquiera precisa de un poco de pomada al efecto. Naturalmente, disponemos por si acaso de nuestro servicio de guardia: la noche, su obra más oscura, nos ayuda a todos (¡las otras ayudas son tan claras!), porque, a fin de cuentas, ¿quién sabe quién es verdaderamente el afectado? Pobres de nuestros desafortunados sin dinero, sin salud y sin razón, pobres de nosotros los arruinados material y moralmente, porque son (somos) los tercermundistas de nosotros mismos, de los afortunados (relativamente, mientras tanto) del primero. Pero el que entre nosotros sufre la desgracia ya lo puede tener tan claro como el que, sencillamente, sufre: la Tierra temblará bajo sus pies como bajo los pies de los habitantes del tercer mundo. Un día la Tierra temblará sin duda para todos.