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Nuevos intempestivos

De un tanto un poco

La ley, que goza de más fama entre nuestros científicos que entre nuestros poetas, es una excepción al poder aplicada a todos aquellos a los que se reduce a la impotencia en nombre de un orden que si no gobierna los cielos al menos ha de dominar a todos a los que alcance con su fuerza en la tierra: el poder, el gran desconocido, se confunde con el caos, pero la ley lo hace con la naturaleza de todos nosotros a los que se nos hace creer en nuestra ignorancia inteligentes y sabios. La ley la encontramos allí donde la ponemos, lo cual no obsta para que se nos aparezca como una revelación mayúscula, pero del poder se sabe bien poco: es como si se hubiera de mantener oculto bajo la propia ley y no se pudiera esperar de él ningún descubrimiento, pues a diferencia de la ley no fuera nuestro y se le hubiera de contemplar como el extraño frente al cual nadie pudiera nada.

¿Cómo se hace de un feliz un desgraciado? Se le pone entre desgraciados y ellos se ocupan de lo demás. Pero ¿cómo se hace de un inteligente un idiota? Se coge a un infeliz y se le deja entre publicistas: él solo se encarga del resto.

Ocurre con la ley que se le aplica al que se puede aplicar, pero en cuanto se manifiesta un poder que se halla dispuesto a hacer todo lo que puede se deja de hacerlo, ya no tiene la fuerza que dice tener, ya no tiene el poder sobre las cosas: se habla entonces de una excepción a la ley y se sigue funcionando bajo semejante ficción, pero en realidad se ha manifestado el poder. O sea, el enchufe se ha conectado a la red y la ley se ha desconectado de la máquina: la ley no tiene la fuerza, por la simple y elemental razón de que se la proporciona la más curiosa compañía de electricidad que conozcamos.

Seamos de verdad serios: allí donde se ríe se producirá siempre la victoria de la vida sobre la muerte, no porque uno no se muera nunca, que sería cosa de mucho chiste y cuidado, sino porque la risa vence el miedo gracias al cual la muerte se vuelve poderosa: nos morimos, pero nos morimos de la risa que se nos ha dado; vivimos destrozados, pero destrozados por la risa que nos ha entrado de pronto. Todo se halla partido, pero partido por la risa: aún más, si ya no queda nada íntegro, entero y de una pieza, es porque por ahí ha pasado la risa sobre la muerte, se han borrado sus figuras de barro del mismo modo que sus dioses de paja se han perdido en el viento.

La realidad es de los que se imponen, se impuso el mejor y el único, pues no hay mejor manera de ser el mejor que quedarse solo, sobre los fantásticos griegos y los rigurosos romanos, luego se reveló que el único no era nada, y ahora el mundo se vuelve contra esta realidad que nadie impuso hasta que todo se vaya a donde se fueron los griegos y los romanos, los paganos y los cristianos, porque de la realidad ya pocos se atreven a decir: bueno, mejor que nada.

El éxito mundial de la cultura del entretenimiento y el espectáculo no se debe a la alegría de un público confiado y feliz que no teme nada y sabe disfrutar de la vida, sino al contrario: el sentimiento de que un acontecimiento desgraciado y terrible se halla a punto de suceder de modo fatal e inevitable es el inagotable combustible de una máquina de distracción universal que funciona las veinticuatro horas del día y se muestra tan potente y concentrada en su tarea como potente y concentrado es este sentimiento insoportable que ni siquiera se puede decir, porque es el miedo oculto tras el entretenimiento.

Cómo serán ciertos individuos, cómo se definiría a ciertas sociedades, en definitiva quiénes serán en el fondo, cuando la noticia es en ellos que se han mostrado solidarios: es como el avaro haciendo un obsequio: ¿qué beneficio se buscaría en este caso? ¿Qué clase de egoísmo moverá a estos solidarios que se convierten de pronto en toda una noticia?