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Mario Vargas Llosa

Exclusiva mundial de El Mercurio de Arequipa

Estamos a principios del dos mil treinta y cinco y Mario Vargas Llosa se acerca a los ochenta años y un buen puñado de días, de modo que con este solo dato ya nos podemos hacer una idea de que por él apenas pasa el tiempo. Aún es el joven asombrado de Arequipa que, escritor siempre asombroso y disipador de sombras y mentiras -gracias a él y otros como él el poder se contempla como una religión de idiotas no siempre desavisados a la que se ha puesto al fin en su sitio-, va a recibir el Urbi et Orbe en el enorme Manhatan en que se ha convertido Lima. Lima la bella y sin ironías. Viene de las selvas amazónicas donde se desarrolla su anteúltima novela: "Eternidad y vida de la intempestiva", gran cabellera blanca al viento, sonrisa de oreja a oreja, y una frente milagrosa en la que no se dibuja la más pequeña arruga. Camina como de puntillas y de vez en cuando da un pequeño salto o volapié que le proporciona un aire aún más jovial, extravagante y risueño. Le acompañan uno que se hace llamar Lituma -ya no es cabo- y los Inconquistables de siempre. ¿Cuál es el secreto de la vitalidad de este hombre al que la ya casi ilógica ancianidad le queda tan estrecha como la aún mítica juventud? ¿Acaso el favor de los dioses y los hombres? Sus enemigos hablan de un impostor, pues aseguran que se trata de un fenómeno imposible, y dicen que al menos esta vez la ficción ha suplantado con éxito a la realidad: él no es él sino otro, afirman -más bien niegan-, o bien no es nadie. A juicio de este modesto redactor del Mercurio de Arequipa son unos canallas los que de suplantador lo pintan y, lo que quizás es peor, nunca se han enterado de nada. Porque no es aquel joven Mario Vargas Llosa de mediados  e incluso finales del XX sino este gozador infatigable que no se halla nunca ocioso -servidor del amor se le diría si no sonara tan cursi- el que, según la Universal, se ha hecho acreedor al Urbi et Orbe de Poderío, la nueva ciencia descubierta o tal vez inventada allá por el dos mil veinticinco y dedicada al estudio pomenorizado de los medios y procedimientos de creación de la Realidad en la que aún cabe, se supone, la literatura y, en general, la ficción: o sea, de la creación de Poder de cualquier forma. Escribe la poderosa Academia bostoniana: "el siempre joven y querido Llosa se merece el reconocimiento de nuestro nuevo mundo por haber combinado como muy pocos, en sus rápidos días y sus ágiles hojas -se refiere sin duda a las llamativas páginas de "La intempestiva"-, el amor a sus diferentes y la verificación de la calidad del poder de nuestra recién esclarecida globalidad, tras haber trasvasado exitosamente la fuerza de la libertad del campo de la literatura al de la política, la economía y la sociedad". No es esta la opinión que uno mantiene sino que aún se aferra con denuedo a la que le resulta más cercana y comprensible del Nóbel del dos mil diez acerca de las resistencias del individuo a la opresión del poder, pero, qué le vamos a hacer, es nuestro problema: en cambio nuestro deber para con los lectores es seguir a través de sus recovecos y en la medida de nuestras escasas fuerzas el pensamiento de nuestro ilustre compatriota. Porque, según las declaraciones realizadas en exclusiva a  nuestro diario, tras pasar unos días de descanso en  su tierra natal, que es la nuestra y la de todos ustedes -esta entrevista se publicará en todo el mundo-, junto a los amigos de lo que nos atreveríamos a llamar su  juventud eterna y prodigiosa, se podría concluir que lo que llamamos realidad, como lo que llamamos ficción, quizá no es más que una creación del poder, de este y no de aquel otro sistema de apresamiento y dominio -lo que no se apresa ni se domina ni existe-, y el mismo Mario Vargas LLosa, que no es una criatura de él aunque tampoco se halle por este motivo huérfano o como si dijéramos perdido, no es tan real ni tan ficticio como algunos aseguran que es, pues su personalidad no es desde luego la política pero tampoco exactamente la literaria y, si es un impostor, antes se le ha suplantado a él y él ha combatido siempre esta suplantación de aire tan cierto y real como de poca entidad y movimiento. Preguntado inevitablemente por el nuevo significado que a la luz de estas singulares reflexiones el gran conjunto de su obra pudiera adoptar, la conclusión que esta vez sacamos es que en realidad son libros de viajes porque se relacionan de una manera íntima y fatal con nuestro tiempo, son textos que se desplazan por su propio laberinto a una velocidad constante, con medida precisión pero sin renunciar a la búsqueda de la sorpresa y el hallazgo, con aventuras y personajes que no se atienen a las leyes del lugar como, lo queramos o no, nos ocurre a todos nosotros, ciudadanos de aquí o de allá pero inmersos en esta edificación a la que denominamos realidad y que bajo este nombre se conoce y se produce entre verdades y mentiras, a veces más potentes las segundas que las primeras, pero que en el fondo es tan artificial y construida en un caso como en otro y, en ambos, se crea como los artefactos, las máquinas de vivir y los productos de lectura. Pero el poder que opera ahí, fuera de lo que se llama la ficción, es según confiesa nuestro creador todavía un misterio por descifrar incluso para él -no digamos ya para nosotros-, una palabra con la que se suscitan más equívocos que cosas se solucionan, y desde luego no es fácil de localizar aquí o allá, pues corre por todas partes y no se le ha de achacar a unos al precio de salvar a otros de él sino que se cierne por igual sobre todos y el que cae, cae, pero cae preso en esta trampa por la que se siente inusualmente dominante y poderoso, lo mismo el padre que el hijo, el hombre que la mujer o el anciano que el joven, pues a su juicio las tornas cambian pero se conserva intacta la inversión general del proceso. Gustoso acepta sin embargo -nos aclara- el reconocimiento que le otorga la Universal americana -algunas cosas tardan en cambiar o simplemente no cambian-, que también lo es a la primera lengua hablada en el mundo y la segunda fuera de él, en las bases recién plantadas en Marte y la Luna, y en un escalón más personal pero para él no más bajo a su agente de siempre Carmen Balcells junior, viva imagen de su longeva y dinámica abuela, pues siempre ha pensado que desde la impotencia no se levanta sino una realidad castrante y disminuida que se hace pasar por todas y la de verdad -quizá por asesinar el deseo: son sus palabras respecto a esta forma de suplantación para él ciertamente reprobable-, y lo brinda a todos aquellos que se aventuran a desarrollar a lo largo de nuestro nuevo mundo una creación de poder desde el gozo de vivir y el amor a la vida, tanto la propia como la de los demás. Nosotros creemos, y ahora hablamos en primera persona, que en nuestro escritor inmortal -ojalá no se muera nunca como a veces parece- se ha de premiar a los otros, pues gracias a personas como él el mundo es estupendo y la vida, que ha alcanzado un desarrollo tecnológico y material incuestionable, extraordinaria y sin embargo real. Por fin aprovechamos la ocasión para preguntarle sobre el valor de la literatura y el arte en general y nos responde con su cortesía y amabilidad características que las ficciones, las mentiras, sirven al menos para mostrar el valor relativo de lo real, que la realidad es una creación entre tantas otras y a veces no se distingue de una criatura miserable y estúpida debida a una mera voluntad del poder por el poder o, lo que es lo mismo, de los apetitos de la negación, la muerte y la nada, y se la puede destruir sin ningún escrúpulo como se puede amar y procrear sin ningún temor, pues no nos debemos sino a la afirmación, la vida y el mundo. Al contrario de lo que al hilo de la tónica general de este discurso quizá se pudiera deducir, no se desdice en absoluto de lo que en su día dijo, o mejor dicho se dijo que dijo él, de la resistencia del individuo a la opresión del poder, pero nos señala un poco misteriosamente a nuestro humilde entender que en realidad también el individuo se crea como lo hace el poder y no representa por tanto una panacea, una tabla de salvación a la que asirse cuando sentimos que el barco en el que viajábamos se va a pique y el que menos se salvaba es el capitán del atropello. Admite que ciertamente el poder del que  todavía hoy se trata no desea que los individuos puedan todo lo que pueden sino que él lo haga por ellos y, en este sentido, se le podría sintetizar en la fórmula: el poder para mí y la impotencia para los demás, con la variante aún no tan desacostumbrada: todo el poder para mí y toda la impotencia para los demás -impotencia respecto a que le puedan, no en el sentido de que no puedan seguirle-, pero puntualiza que también el poder tiene sus propios individuos sin los cuales no se podría concebir ni ejercer, pues crea a tantos sujetos como puede y los hace quizá no dueños de sí mismos pero sin duda cómodos y seguros dentro de los confines de una vida en la que todas las decisiones se les dan hechas, se establece una solución para cada problema y se regulan todas las conductas, tanto lo que se debe  como lo que no se debe hacer, pensar y decir, de modo que si a veces el poder se ve obligado a cortarnos las lenguas, las manos y las mentes es porque solamente él sabe lo que hay que saber y para que ninguno de nosotros se equivoque y haga, piense y diga lo que no debemos -incurriendo en el error, la extravagancia y la estupidez-, pero en primer lugar produce los órganos con los que hemos de hablar, pensar y actuar -porque se nos habilitan para ejercer la función que él ayer ordenaba y hoy quizá sugiere-, y sin duda nos proporciona un poder del que sin él careceríamos: paradójicamente, ser capturados y cobrar inopinada fuerza vendrían a ser la misma y sola cosa. Hay tantos malentendidos sobre este asunto -termina tan jovial  y enérgico como el resto de la hora y media larga de palique- como los hay sobre su persona no sólo respecto a su aspecto -en este punto agradece nuestro deseo de que no se muera nunca como él no piensa que parece a pesar de los enormes y casi milagrosos avances médicos actuales y nos hace constar que al menos podemos estar seguros de que, si lo hace, la parca ingrata y maloliente que se lo lleve no se llevará su felicidad, sus ganas de escribir y su parloteo-, y opina que quizá la causa de todos ellos es que a pesar de premios, medallas, honores, títulos y más títulos, él es a sus años y este buen pico de semanas y meses y con todas las letras, no un signo mayor o mayestático de la cultura, sino un tipo menor y un tanto mozalbete que se mueve entre las tierras y los días como pez en el agua. Quizá el poder lo crea a uno y hace con él de su capa un sayo, pero el Mercurio de Arequipa se lo ha de estudiar primero con calma y detenimiento: el domingo próximo, Dios mediante, se lo contaremos. Gracias, don Mario.