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Los derechos humanos

Para cuando todos seamos humanos

Los derechos humanos son en realidad los de unos a los que decimos un poco inconscientemente los humanos, pero estos humanos no son otros que los americanos, los franceses, los europeos y, en general, los occidentales: no hay más humanos, luego no hay más derechos humanos --para tener los cuales, obviamente, primero hay que volverse humano: es decir, occidentalizarse, extender Occidente a Oriente, humanizar a los demás. Uno puede ser humano por la fuerza o por la voluntad -también desde luego por el nacimiento: geopolítica-, pero lo que tenga de humano será en todo caso lo que tenga de no otro: de no africano, por ejemplo. Uno es un ser humano con todos sus derechos cuando llega a ser uno mismo y ya no reconoce ni siquiera lo que de otro haya podido haber en él. Porque también el otro, el africano mismo, tiene que ser no otro, no africano, si quiere devenir un ser humano de verdad: es decir, blanco, varón y occidental --blancas, negros y amarillos lo han logrado antes: no es más que una cuestión de identificar los deberes del sistema y cumplirlos como uno más, incluso mejor que quien ha nacido en su seno. Al fin y al cabo, resulta difícil saber quién es el otro si tan sólo tenemos de él una definición negativa: el otro es lo que no es el uno. Siempre hay un africano dentro de cada uno de nosotros, pero desconocemos lo que es: desde luego, no es simplemente el mono al que viste y tapa nuestra poco consciente humanidad --el mono no puede dejar de serlo: él no puede ser más blanco, varonil y occidental de lo que ya es. En cambio ser de Occidente es ser el que es y, descubierto el truco, quizá no ser nada: una forma de autoconciencia, esta última, tal vez tan engañosa como aquella primera.