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Los buenos y los malos

Como un señor

Parece ser que muchos no se aclaran, no se aclaran sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos, quiénes los justos y quiénes los injustos, quiénes los libres y quiénes los esclavos -y esclavos con poder, es decir, señores que se esclavizan por un poder que les alza a la categoría de señores a cambio de que se entreguen a esclavizar a los demás a él-: no se aclararon ayer como al parecer querían, no se aclaran hoy como aún lo quieren, pero se aclararán mañana aunque no quieran. Pues el mañana ya ha llegado, y no es cosa que este advenimiento se tome a risa, al menos a mucha risa: yo mismo me ofrezco a que se encienda la luz en mentes tan oscuras y voluntades tan cerradas, aunque me temo que no se esclarezcan las tinieblas que les ciegan de luz tenaz difusa si se lo toman tan a pecho como acostumbran: pues bien, yo soy el bueno y vosotros, los demás, los malos. Tal es mi orden, y el de los míos, los buenos, justos y libres, y no se permite invertir ni siquiera alterar una coma: quienes lo hacen se encuentran, sabiéndolo o sin saber, consciente o inconscientemente, con habilidad o con torpeza, siempre en el segundo término de la afirmación. Transformad vuestro orden -reíd-, podéis ser de los míos -al fin y al cabo siempre se os oyó decir que somos ellos-, pensad que hasta las negaciones se han de hacer como un señor, pues no se trata de matar, ni siquiera de risa, ni de morir, mucho menos de rabia. Se puede ser como algunos dicen un muerto de hambre -yo mismo me sacio cada vez menos-, pero no de odio, pues la muerte no se acaba nunca más ni con la muerte. Yo, con toda la arrogancia, el orgullo e incluso la crueldad que se quiera -pues la bondad es la de un bravo, no la de un manso-, yo soy el bueno y vosotros los que queréis serlo, ¿no es cierto? Porque se trata -¿o no se trata?- de ser en la vida un señor, en el que el poder no se encuentra fuera de él, es decir, de desear ser lo que -quien sea- no es, pero de verdad, desde los pies sobre los que se alza hasta la cabeza bajo la que se incopora: se trata del ideal que proclamamos, del porvenir al que cantamos, del valor que decimos. Y del deseo.