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La reforma del sistema

Ya no se puede ser otro

El sistema se forma, se cierra y se arriesga -se instaura el conflicto sobre la regla-, pero también el sistema se reforma, se abre y se conserva -se reinstaura la regla sobre el conflicto-: se trata del juego entre reformistas y conservadores de un sistema del que se halla excluido todo el que difiere, para incluirse en el cual el izquierdista se ha de transformar en reformista y el derechista en conservador -aquí se ve su fidelidad al sistema, su verdadero patriotismo-, pues fuera de él no se es nada: uno se aguanta con él o se destruye con él. Momento en que ya no se queda al margen: pues no se puede construir otro sistema idéntico para uno. El sistema se asegura con los reformistas en una etapa de movimiento y agitación y se desestabiliza con los conservadores en otra de tranquilidad y reposo -fuerzas diversas y dispares se hallan a punto de integrarse o desintegrarse en él-: la conservación se produce bajo la amenaza y el peligro de la destrucción del sistema, la desestabilización bajo la ilusión y la confianza en su creación como de una vez por todas. Difieren el revolucionario y el autoritario, que se transforman por no quedarse en un exterior inhóspito y sin normas ni leyes para su señor el caos y gracias a su transformación se funda el sistema sobre el juego que se establece dentro de él entre el autoritarismo y la revolución: se oye resonar a la democracia y el fascismo en todos los huecos y rincones de su interior confortable y sin embargo repleto de luchas y guerras sometidas al orden que es su señor. Ya no se puede ser otro, pero -aún más- el otro se ve ya como un antisistema: se reconvierte, como en una poco deseable vuelta al origen, en el anarquista y el fascista de los que tan sólo difieren el reformista y el conservador. De donde el deseo y la necesidad de que el otro se identifique con el ninguno y se borre toda memoria de él: otro igual a dictador y subversivo. Otro igual a no otro, pero igual al uno contra los otros y al antiuno contra todos.