Blogia
http://FelipeValleZubicaray.blogia.com

La muerte del padre

Hablemos claro: es la muerte del jefe.

El psicoanálisis es y quizá sea siempre en la historia un análisis social que no puede resolver dentro lo que no quiere resolver ni siquiera plantear fuera: por este motivo es un análisis interminable, el de una teoría que parece una ciencia que origina una práctica que es un invento --el de una época muy determinada, a partir de la cual es la edad del hielo. Su genio creó dentro lo que estaba produciéndose fuera: lo que ocurría, lo que a veces ocurre siempre -depende de dónde-, era la rebelión contra el jefe, pero su originalidad lo convirtió en el deseo de la muerte del padre --quien no quería reconocerlo en sí tenía más problemas que quien era capaz de identificarlo en él. Del cuerpo lo trasladó al alma, de la fisis a la psique, de la sociedad al individuo, transformando la mente en el escenario en el que libraban su particular batalla -que no podía ser sino simbólica y moral, psicológica e inmaterial, teatral en suma- el súbdito y el rey, el nuevo ciudadano en el que habrían de morir y renacer ambos -en un principio quizá los dos fueron grandes republicanos, el menos de los más y el más de los menos-, inaugurando un verdadero teatro más terrible de la muerte, vaciando la vida de sus efectos y consecuencias, conflictos y juegos, cambios y permanencias, sitios y lugares -en los que el tiempo corre distinto-, y llenando de agonía al hombre, fundiéndolo y confundiéndolo con su problema, la cuestión de su ser, de su inconsciente, de su alma, cuya solución además no estaba en sus manos, ni siquiera en las de los nuevos sacerdotes de la nueva religión laica y moderna -pues quizá surge una religión cuando aparecen, perfectamente trazadas, una firme verdad y una naturaleza inalterable, unos dogmas, con sus doctores y sus sabios-, que con el tiempo deviene necesariamente frívola, cinematográfica y mundana: la representación actual tanto más banal cuanto más pretenciosa. La paradoja es o más bien sería que, aplicando la dialéctica en la que en cierto modo descansa también el psicoanálisis, el hijo descubriese la familia por medio del parricidio y de la orfandad: ocuparía el lugar del padre muerto, y el hijo solitario y asesino hallaría en la familia el valor superior a padre e hijo, una unidad en la que la madre sería un miembro más y la paternidad y la filiación meras funciones de una máquina que habría de asegurar fuera como fuese la supervivencia y evitar de cualquier modo la muerte. Sin embargo, el hombre es por dentro un rebelde que no acaba de matar al jefe, como en un asesinato siempre diferido que le impide tanto avanzar como retroceder: siempre está ahí enredado, matando pero sin matar, muriendo pero sin morir. Un problema siempre irresuelto, una solución basada en la conservación de la irresolubilidad del problema --y también un tiempo nuevo que parece inamovible, el tiempo del hombre, iniciado por la creación de un espacio personal y universal en el que uno somos todos y todos uno, obra de esta hechicería renovada e inacabable cuyo único éxito está entre los fieles, es decir, los pacientes hijos de sus mágicas artes.