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La identidad o la diferencia

Tradicional o moderno

La diferencia es difícil de identificar -quizás hay que pensarla de otra manera-, pero hay quien la halla con extraordinaria frecuencia: la sitúa en la lengua, la raza, la clase, la sexualidad, la religión, y, sobre todo, en cómo la sitúa, cómo la pone, cómo la trata. Pues la sacraliza, la diviniza, la trascendentaliza: toma, por ejemplo, su lengua y la convierte en su seña de identidad --dice: soy diferente porque hablo otra lengua. Pero un apache no dice: soy diferente a los norteamericanos porque hablo otro idioma -incluso nosotros somos los norteamericanos-, y no lo dice precisamente porque los apaches son diferentes, es evidente de toda evidencia. Ahora bien, ¿quién quiere ser apache? ¿Quién quiere ser tan diferente como ellos? La sacralización, esta forma de religión, este procedimiento fundamentalmente religioso de creación de la identidad, puede operar perfectamente sobre la religión propiamente dicha: soy islamista, islamista de verdad, a diferencia de otros que lo son tan sólo de palabra, es decir, falsamente, sin acción. Hay que identificar un elemento cualquiera con una cualidad muy precisa: los blancos representan la raza superior, los heterosexuales la sexualidad normal o natural o sana, los monoteístas la religión verdadera --pero también un lugar con una lengua: siempre la lengua de Dios, lengua sagrada, lengua del paraíso, la lengua de unos pocos, pero qué pocos: la lengua padre, origen de todas, y sin hermanos, que no busca la diversidad sino que asegura la unidad en estado bruto y quizás embrutecedor (la genealogía, el árbol de la vida, el aire de la muerte). Pero la diferencia está en ser moderno, laico y profano, en vez de tradicional, religioso y sagrado: la diferencia está en ser otra cosa, un ser sin identidad, una diferencia en el ser, y en el ser sin nada: mudo, anónimo, invisible, múltiple y opaco. La diferencia son las mil lenguas, las mil razas, las mil sexualidades, y ni una menos, ni una. La diferencia es de por sí incomparable, no hay una clase superior a otra, ni siquiera una especie: el bien y el mal no cuentan. Hay que entender, no que los pieles rojas y los rostros pálidos son diferentes, sino que la diferencia son todos ellos