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La Feria de Francfort

El autor: nuestro ladrillo, no el otro

El autor es una obra muy refinada, muy acabada, muy sofisticada, de la que el nombre es apenas una pista que hay que saber interpretar, pero lo es del arte, no de la política: el uno es una función de la actividad que protagoniza, el otro es en cambio un funcionario del poder al que sirve. En efecto, el uno vive de la cultura, pero el otro no es independiente ni siquiera a la hora de alimentarse: ni come ni da de comer al arte, del que no es ni siquiera su parásito. El funcionario no es ni parásito ni anfitrión de la cultura, sino que vive a otra mano: es la política la que le constituye o, por mejor decir, le construye como autor a partir de alguna habilidad cultural que lo convierte en material de los políticos pero no en obra de una función artística a la que no llega. La suerte que tiene es que puede confundirse entre los nombres que sin embargo no engañan a los autores. La actividad cultural libera -desprende- ciertas chispas y destellos a los que denominamos autor, que es una función de la cultura: la liberación de energía y, quizá, la constitución de nombres propios o la construcción de sus autores que son en todo caso sus obras, sus personajes, sus criaturas y sus producciones: material y función creadora, material y obra de arte (ninguna obra de arte más indicada que el artista en cuestión). El autor es un ladrillo que a veces es un peñazo -precisa y específicamente por ladrillo y poco más-, pero participa de la construcción general específica con tanto o más derecho que el que, siendo un ladrillo como todos, no es en modo alguno un pelmazo: por el contrario, el funcionario es un ladrillo que pertenece a otra construcción -la construcción de la política-, por la que no es ni puede ser tan siquiera un tostón. Es una obra del poder y puede resultar extraordinaria, pero no lo es del arte: el arte ni siquiera lo destruye, sino que lo mira con curiosidad y, a veces, con desprecio. En cualquier caso la ecuación que le describe es la siguiente: servicio político y construcción pseudocultural, compraventa material y obra política, dependencia poderosa y funcionariado artístico. Es, pues, el producto de una máquina que no tiene nada que ver con la de la cultura. Pero, al revés, o sea, bien puesto en pie y del derecho, el autor es un ladrillo de una ingeniería más o menos brillante pero propia.