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La crisis o catacrack

Hemos de salvar el dinero, hemos de salvarnos todos

Lo importante no es la economía, lo importante es el poder: ¿y quién es el poder? El poder es el dinero, pero el dinero lo somos todos como todos somos, como el dinero, el poder: ¿acaso no estamos en democracia? ¿No son democráticos nuestros estados? ¿Y que cosa más democrática que el dinero, que todo el mundo tiene y todo el mundo quiere tener más, tanto -a veces incluso todo-, que el sistema fracasa para volver a fracasar, que es su manera de ocupar el espacio y dominar el territorio sobreponiéndole su organización? El dinero es poco o mucho, lo tienen los ricos y también los pobres, pero es él y en cierto modo todos somos adinerados en una medida que ya poco importa, pues pasa de unos a otros y es verdaderamente popular: está en su naturaleza que triunfe y fracase y en el fondo sea indiferente lo que haga, porque él es no sólo el centro de todas las batallas sino la batalla en sí y no hay otro como él, al menos no tan universal y sistemático y con tanto poder, tan profundo y amplio, extenso y arraigado. Uno puede un día sufrir un crack y otro disfrutar un boom, pero siempre en el bolsillo, que al fin y al cabo es donde duele, donde importa e interesa: una forma elástica y flexible desfondable pero sin fondo que, vuelto del revés, es igual otra vez y con idénticas propiedades. ¿Cómo no salir al rescate de un elemento tan frágil, volátil y cambiante, pero con tanto peso, tantos dispositivos a su servicio y tantos seres dependiendo de él? El dinero es tan bueno y positivo, que hay quien quiere aprovechar la crisis para saquear las grandes fortunas, como las grandes fortunas quieren labrarse con millones de sablazos pequeños sin preocuparles la crisis que puedan provocar, porque el dinero ya no sólo es el yate y el caviar sino también el coche, la vivienda e incluso el pan: el dinero no es dios, porque dios ya no es nadie, sino que lo somos todos o, dicho de otro modo, lo es el hombre transformado en la medida, el protagonista y la atención del sistema mundial --el productor, el consumidor y la mercancia: o dios y hombre a la vez, pero mujer, hombre y niño al mismo tiempo. Hemos de salvar el dinero, porque hemos de salvarnos todos, o sea, el sistema, el poder, el mundo y la humanidad. En estas condiciones de identidad en que uno y otro son confundibles el mismo sistema es capaz de salvarse por sí solo, pero no lo hace sin derrumbarse primero, pues porta en sí la ruina y la caída como también el esplendor y la elevación: no puede ser de otro modo cuando uno -aunque muy dentro del tiempo- es el sujeto de todo. Puede subir o bajar, volar o arrastrarse, pero es el valor oculto y verdadero, el señor sobre el que no hay más que hipocresía: la cultura, la amistad, la religión, el amor, la ciencia..., y vuelve y vuelve a circular creando, además, el circuito por el que a veces deambula el hombre. El hombre, que no es más que la máscara del dinero, su rostro global