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José Antonio Santos

La misma política pero al revés

Del mismo modo que el izquierdismo es un derechismo al revés y el socialismo es un capitalismo al contrario, el innombrable (su sola mención acarrea la expulsión de la santa madre iglesia progresista con el consiguiente envío del pecador a los infiernos de la maldita secta reaccionaria) es un machismo a la inversa: de todos modos es difícil entender cómo en democracia puede legislarse desde el sexismo, cómo puede promulgarse una legislación especial en función del sexo --uno, negativo, sospechoso de cometer y acaso disfrutar todas las violencias y crímenes, el cazador, el verdugho, el culpable, el reo, una potencia maligna, el demonio del sexo opuesto y bien que opuesto; otro, positivo, pero que sufre todos los males y desgracias, a veces en silencio, la víctima, la presa, el inocente que necesita de un defensor y un justiciero. Porque la razón de este comportamiento, el error que promueve, el prejuicio del que nace y vive, es pensar que el uno es el fuerte y el otro el débil, y el fuerte es malo y el débil bueno, cuando en realidad es justo al revés -un revés que en esta falsa teoría es el derecho-: el que es malo, es porque es débil, y cuanto más débil peor, sin que la debilidad le sirva por supuesto de defensa --cuando uno está débil lo que debe hacer es pasar de largo, no actuar y aún menos reaccionar: porque no hay un sexo fuerte ni otro débil, ni siquiera hay un sexo. La política es más o menos la misma de siempre aunque al revés: dar toda la fuerza posible, sea bueno o malo hacerlo, a uno de los sexos frente al otro, que será el que en cada ocasión nos sirva y beneficie más y mejor, crear una especie de delegado propio en el enfrentamiento suscitado entre ellos, y lograr por fin con unas maniobras u otras que el gobierno domine al individuo subsumida su personalidad bajo el sexo con el que ha surgido a la vida como identidad que planea y recae de una u otra manera sobre él, positivo o negativo lo mismo da, en todo caso más cargado de significación que él mismo. Ambición de poder y no anhelo de justicia, pero quizá también la mala conciencia de unos legisladores que quizás han pensado más de una vez que la diferencia entre los sexos representa la superioridad de uno sobre otro, la dominación de uno y la subordinación del otro, a pesar de que la realidad lo haya desmentido siempre: evidentemente, el poder es más fuerte que cualquier otra cosa --las mujeres, por ejemplo, desean tanto y de tal modo, son tan dueñas del deseo, su desear es tan suyo y potente, confían de tal modo en él, que son capaces de pasar por lo que sea con tal de conservarlo (la mujer en la historia es la que conserva el deseo y lo mantiene por encima de la ley), de modo que al final hacen siempre lo que quieren, conducen al triunfo a su voluntad: cosa muy distinta, sin embargo, es que sean felices queriendo lo que quieren y eligiendo lo que eligen, pues desgraciadamente a la realidad no la crea lo bastante el deseo, la mujer no es tan realizadora como algunos deseamos).