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Gran hermano en televisión

El retorno de la plebe

La plebe ha vuelto, es un acontecimiento que la televisión ha emitido en uno más de sus muchos programas: y lo ha hecho a través de un actor indeseado en la calle, que representa una función aún menos deseada entre el público: la que refleja precisamente al pueblo en una imagen que nunca hubiera querido que saliera a los medios, la que vierte a la superficie un fondo que niega poseer a pesar de que exista en todos -en la gente existe como en todos, con la particularidad de que no le interesa descender hasta él-. La plebe es racista, homófoba y fascista, y no digamos los patricios -unos degeneran en esclavos y otros en tiranos: tal para cual-, pero ya no hay plebe en el plató entre nosotros: todos somos iguales, todos somos patricios, es decir, todos somos a imagen y semejanza del patrón progresista, tolerante y demócrata. Pero el desgraciado actor saca a escena un personaje oscuro que los demás ocultan bajo la máscara de buenas personas -quizás un poco más o un poco menos inconscientes que él mismo- y el ojo lo ha televisisado, ha iluminado con toda su potencia el agujero negro del que, por supuesto, todos han sentido su amenaza: lógicamente, han reaccionado a la defensiva, negándose a ser tragados por la bestia. La plebe no quiere aparecer ni siquiera como plebe: ¿cómo permitiría que alguien le sacara ante las cámaras como degenerada? Y, sin embargo, la mayoría de los espectadores y el público en general lo han percibido como una ofensa inadmisible: muerte al actor, muerte civil naturalmente, pues hace el papel de lo que no somos, es decir, de lo que no deseamos, de lo que sustraemos a las imágenes, de lo que alienta y ruge en las calles. Ordinario, basto y soez, el rubio actor no interpreta nada, sino que, moreno, demasiado moreno, pone sobre el escenario que capta la cámara sin desmayo un personaje prohibido, el fascista social que hay en todos y al parecer no hay en nadie. Las personas sufren, las buenas sufren aún más este desenmascaramiento -la despersonalización- que desde luego no reconocen como propio aunque les afecte como si no les fuera ajeno, pero el hecho es incuestionable: la tele lo ha echado, todos lo hemos visto, el retorno de la plebe en su versión más espectacular es su más actual acontecimiento. Vamos en camino del programa único, del régimen más estricto.