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En la violencia

El dominio del como si

En la violencia, la confusión es inherente al sistema, porque en realidad el sistema es la confusión: la confusión de la violencia con la guerra. El problema es cómo moverse en este sistema del que la guerra es el modelo mientras él es su copia o, lo que es lo mismo, la pretensión de confundirse con la guerra, el intento de simular de la mejor manera posible pero sin llegar a ser nunca el original que es la guerra en la que desaparece necesariamente la confusión y, por tanto, la pretensión y el intento y, general, el sistema, porque la guerra lo aclara todo, es decir, evita e impide cualquier tipo de simulación, pues hasta la simulación le sirve y obedece. Un bando es el blanco y el otro el rojo y la guerra les relaciona a ambos: no hay nada más que hablar, si acaso esperar a ver quién vence a quién, quién somete a su enemigo, aniquilándolo si es preciso, pues el enemigo es el que es: la guerra también tiene esta extraña virtud de iluminar las cosas, las amistades y las enemistades, mientras que en la violencia confundida con la guerra todo es por su propia naturaleza ambiguo y oscuro: todos pueden parecer amigos y ser enemigos, y viceversa, y en esta eterna incertidumbre deambulamos todos, unos y otros, otros y unos, pues quién sabe quién es quién. Pero ya hay un resultado que esperar, un acontecimiento que es seguro ha de venir, una luz que nos aguarda más allá de la necesaria confusión: el orden del vencedor, el parto de la autoridad, la victoria de la luz, ya sea la luz de un franco o la de un sabino, ciegas y con muchas sombras ambas pero al fin y al cabo ciertas y seguras, las únicas que hay de verdad porque no las produce la violencia sino la guerra que es el origen de todas las cosas y el sueño de algunas más. De este modo el sistema de la violencia puede decir, gritar incluso, con toda legitimidad: no a la guerra, viva la paz, pues es la paz lo que precisa para persistir e incluso crecer en la confusión, es decir, en sí mismo. Lógicamente, la solución no ya al problema del movimiento sino al sistema de la confusión es la claridad, pero la claridad es un acto de guerra y, como tal, es rechazado por el sistema que no lo confunde realmente con la violencia sino que lo identifica muy precisamente: es la guerra, el fin de la confusión, el término de la simulación, el acabamiento del sistema que necesita a la paz para ejercer el engaño, la tergiversación y la manipulación, moviéndose en la política como si la misma política no fuera sino el espacio libre e impune de todos los manejos, las mentiras y los atropellos, no sin razón en parte, pues la política es una representación que puede participar perfectamente de este dominio del como si: la violencia como la guerra, la política como la confusión, la democracia como la simulación, momento en el que la política resultaría asimilada al sistema de la violencia. De modo que nada es lo que parece, pero todo tiene que parecer el ser aunque sin llegar a ser nunca lo que en ningún modo es: la violencia no puede devenir guerra, la política no puede devenir claridad, democracia y razón, sino que hay que vivir entre copias y simulacros en los que un bando es el nuestro, el otro el del enemigo, y no hay tierra entre ambos: tan sólo un palmo de terreno de un largo y ancho similar al nuestro. Otros han inventado el ejército armado con biberón, en cambio nosotros -pero entre todos- hemos aportado como gran novedad las bajas sin ejército y las víctimas sin guerra: quizá no hay quien, por menos, dé más.