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El sexo y la muerte

¿Quién es el asesino?

El móvil de un asesinato tras violación no es el sexo sino la muerte: la sexualidad puede ser salvaje, pero no homicida. La asociación de sexo y muerte, esta concepción criminal de la sexualidad, es sospechosa: desde luego no es griega. Tampoco moderna. La violación y el asesinato son cosas distintas: el que viola sin matar, cosa actualmente rarísima, no mata ni siquiera una cosa tan etérea o de otro orden como la dignidad, la vieja honra de nuestros mayores. Sin embargo, el que mata teme y odia: pero el temor y el odio han estado siempre demasiado ligados a la sexualidad, el viejo pecado de la familia. El violador no puede cargar con este verdadero baldón que pesa sobre el sexo, nuestro sexo. Porque ¿quién es en verdad el asesino? ¿Quién ha querido matar siempre la sexualidad? ¿No habría que buscarlo en el buen asesino, el bendito matador de la impureza, la corrupción y, en definitiva, el mal? El cristo, nuestro cristo, aquel por el que ya no deberíamos morir ni matar, ¿no es acaso el violador de nuestros días?