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El proceso de paz

La guerra es una cosa muy rara

Todas las guerras tienen un comienzo y un final -dicen algunos que también un principio y un fin-, de modo que podemos definir la guerra como un extraño proceso de paz: sería también, por supuesto, una guerra un tanto extraña -tan atípica que no sería en realidad una guerra-, como si toda guerra fuera un proceso muy raro, no sólo de paz sino sobre todo en sí mismo. ¡Qué raro, una guerra, qué fenómeno tan insólito, tan difícil de asimilar y entender! El proceso natural de la vida es la paz, de manera que tampoco resulta tan ilógico denominar proceso de paz al que tiene lugar entre una guerra y otra o entre su primera y su última batalla -incluso si la batalla es subjetiva y ocurre que uno está en guerra con los demás-, pues hasta que llega a su final todas las guerras que interrumpen los procesos naturales de la vida tienen desgraciadamente estas cosas -a veces hay hasta muertos-: en un comienzo ha habido víctimas -de los dos bandos, porque sin dos bandos opuestos y enfrentados no hay interrupción de la paz, e incluso si el muerto es siempre el otro salvo en el caso de que quien lo mata muere por accidente en la acción con la que pretendía matar siempre al mismo-, pero en el fin habrá -como los hay siempre- vencedores y vencidos que firman la paz en las condiciones adecuadas, es decir, las que acaban con la guerra y regresan a la paz que ya nada interrumpirá de nuevo, porque unos y otros reanudan por fin, como uno solo, el proceso lógico y natural. Mientras tanto, aquí y en Cuba seguiremos viviendo en medio de un proceso de paz a guerrerazos: es en el que felizmente, y para algunos incomprensiblemente, vivimos siempre: los mismos más que los otros, en verdad. O, quién sabe, tal vez y sin saberlo todos, pues todos somos humanos y, si no lo fuéramos, al menos en la guerra todos somos guerreros y, por tanto, iguales: morimos y matamos --algunos no tienen otra idea de los exóticos procesos de paz de que hablamos.