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El mayo de Sarkozy

La jornada laboral de 24 horas

Mayo del 68 es quizás el deseo de la democracia regida por la libertad del pueblo, no corregida por la autoridad de los políticos que ya no representan más que la crisis del sistema de la representación popular o unos los gobernantes y otros los gobernados, unos los agentes y otros los pacientes de la república: evidentemente, mayo del 68 ha fracasado y, sin embargo, no es posible decir que ha triunfado la Francia eterna, ni siquiera que persiste la Francia triunfante. Lo que existe en toda Europa es un pacto no escrito entre la libertad y la autoridad, el ocio y el negocio, la vida y la nada, el trabajo y la fiesta, la opinión y el pensamiento, la rebeldía y la sumisión, el establecimiento y la revolución: el pacto cuya ruptura provocaría la última batalla de una guerra que no ha terminado con la victoria de unos y la derrota de otros --y que quizá podría reanudarse si la victoria consistiera en lo que podríamos considerar como poner a Occidente bajo una displicina que Occidente no quiere para Oriente y que hasta podría decirse una disciplina oriental. Mayo del 68 fracasó, pero su fracaso no supone el triunfo de mayo del 07, que, si quiere acabar con los flecos (el tópico de la falta de autoridad y disciplina) que el 68 dejó, puede ocasionar la ruina definitiva de la totalidad del traje: todos somos conscientes de que vivimos entre derrotas totales y no parece posible lograr más que una victoria parcial. Las espadas están en alto, la tregua es (o lo parece) eterna: gobernar es arriesgar la situación, protestar es arriesgar el tipo. ¿Quién querrá jugársela? ¿Podremos establecer la jornada laboral de 24 horas, las vacaciones pagadas en la empresa (en el taller y en la oficina), la enfermedad en el puesto de trabajo y la jubilación tras el entierro?