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El final del conflicto

No es un conflicto cualquiera

El verdadero conflicto al que -sin demasiado conocimiento, es cierto- da nombre el país no es un conflicto cualquiera: es el que existe -porque nosotros lo hemos inventado: lo sentimos, lo pensamos, lo vivimos y lo ejecutamos de este modo- entre los de dentro y los de fuera, los de la familia y los de la calle, los del país y los del extranjero (pero también los del campo y los de la ciudad) y todas sus representaciones (los buenos y los malos, los píos y los impíos, los opresores y los oprimidos, los explotadores y los explotados...). ¿No sería mejor, menos revelador al menos, callarlo, silenciarlo, incluso llamarlo de otra manera, como antaño: el contencioso, el problema..., pues ciertamente no es para presumir? Sin duda el conflicto existe porque en el país hay gente de fuera, que no es de la familia, que es extranjera: pero ¿dejaría de existir si echásemos de una vez por todas a los extraños? Llevamos demasiado tiempo coqueteando con estos conceptos (prejuicios: el forastero es tan neutro como el natural), pero el final del conflicto con los de fuera quizá traería consigo el principio del conflicto entre los de dentro: de la guerra internacional a la guerra civil, diríamos. Una representación más la aguanta el país, porque está acostumbrado: aún más, es la representación la que lo ha construido en un tiempo ciertamente difícil para este tipo de construcciones. De modo que hay que elegir: el teatro o la pelea, el conflicto o la farsa. En fin, la vida o la muerte, la vida o la política.