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Cowboys

La tierra para el que la desea

El espacio es finito, pero no se para en él: el movimiento que en él se sigue es imprevisible, pues lo mismo se está aquí que allí, y lo traza el azar por el que se guía todo el que se mueve en este espacio redondo como la belleza que no precisa más: pero en realidad lo que se sigue es el movimiento que allí adopta cualquier forma de vida, a veces se le persigue y a veces es él el que sigue al que se desplaza de un punto a otro, con el cielo arriba y la tierra debajo, tras todo lo que se mueve según la única regla que distingue al azar: el azar se regula por el juego que lo gobierna como un sol. El que se mueve lo hace hacia allí donde se produce la vida, la vida es el punto hacia el que se dirige el azar, un destino que nadie conoce de antemano pues se trata de seguir el movimiento que no sabe de puntos estáticos y fijos sino variables y dinámicos: la vida se da al azar, pero allí donde hay juego. El juego que se genera en un espacio inmenso y finito que en todas partes es idéntico y en todas distinto: un lugar originario y eterno, donde no hay más tiempo que el presente y el espacio cambia sin cambiar e incluso no cambiando también lo hace, pues la ley que se introduce en él no altera en absoluto su naturaleza (tan sólo reduce su juego, limita las oportunidades del azar para manifestarse, acota incluso la mera expresividad de la vida), en el que se respira la libertad pero también se practica la guerra, pues se es a la vez y sin contradicción un fiero guerrero y un tierno amante, el uno ama todo lo que se mueve sin corsés ni trabas y el otro guerrea contra todo lo que se opone a este movimiento libre y propio característico del lugar, sin que se pueda decir de ningún modo que uno y otro son dos diferentes o ni siquiera uno idéntico sino otro que difiere de los que con el tiempo se volverán allí mismo soldados y esposos que ya no responderán ante sí sino ante un tercero, la instancia abstracta y poderosa, superior y externa a ambos, a la que ya para entonces se ha encadenado sin variar sin embargo ni un ápice de su naturaleza el territorio. Una superficie -la superficie- que se domina y posee muy ligeramente, pues la ley que allí rige es que se coge lo que no pertenece a nadie, y lo que se cuida incluso al precio de la vida se convierte en lo que le pertenece a quien lo ha tomado de donde ni hay ni puede haber amo, pues es lo que se les da a todos una vez y siempre: se trata de un regalo para el que como tal lo quiera --o la tierra para quien la desea: pura recepción, acogimiento neto, y seguro desvelo. Los de una tierra -decimos- por la que sobre todo se efectúa un viaje movido por la actividad que despliegan los habitantes de esta planicie en la que no se descansa: unos tipos corrientes como los demás, que aman la vida como todos pero, si como consecuencia de su particular oficio han de matar, lo hacen sin que les tiemble el pulso, no por la espalda desde luego, sino dando la cara y exponiéndose a morir en el fatal duelo, pues la muerte es el peligro que se cierne sobre sus personas, ya que la vida la tienen siempre puesta en juego: morir o matar es una alternativa terrible, pero no se ha elegido nunca. Tan sólo se trata de la tragedia de la vida que sin embargo no todos encaran, pues se sabe de unos que disparan por detrás mientras otros le dan la espalda a la muerte como si con este gesto se la sacara de escena. Pero la libertad y la guerra se hallan indisolublemente aliadas, la una es el estado que se conquista y defiende con la otra, la otra es el medio por el que se aparta y evita la desnaturalización y el desvirtuamiento de la una, mientras entre ambas la justicia es un movimiento rápido y contundente que se ejecuta sobre todos aquellos que privan de la necesaria e imprescindible movilidad a estos tipos sencillos, ingenuos y honrados que no conocen la maldad sino de lejos, pero, si un día se la encuentran cerca, la combaten como solamente se conoce entre muy pocos: es a través de este instinto o esta inteligencia de la distancia como se permiten el extraordinario lujo de mantenerse íntegros y sanos sin tener jamás al enemigo en casa, hallándose como poseídos por unos sentimientos de honor, vergüenza, respeto, dignidad, pudor, valor y coraje que no se suelen descifrar sino muy raramente. Más aún si se recuerda que sus nombres son más o menos: "Pimienta" Joe, "Negro" Bill, "Indio" Jack o "Banana" Jim. Qué tipos...