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Apariciones en Austria

El síndrome del claustro

Él la cogió de la calle cuando aún era una niña de diez años y la dejó cuando ya era una mujer a los dieciocho: durante ocho años la educó hasta convertirla en una joven sensata, responsable y prudente, lo que atestigüa la bondad de su sistema educativo, que por cierto él no había inventado --simplemente lo llevó al extremo: la niña pasó ocho años de su vida encerrada en una especie de celda monacal (o jaula doméstica) de la que salía al resto del monasterio -por continuar el modelo o el patrón educacional- para continuar su formación junto al maestro y comer, leer, charlar y, en fin, familiarizarse uno y otro. Parece ser que la joven, a los dieciocho años, cuando ya alcanzó la mayoría de edad, decidió emanciparse, concluyó que su formación había terminado y abandono el internado en que permaneció un tiempo bien aprovechado y quizá feliz: ni fumó ni bebió ni fornicó durante este período y parece que tampoco lo hará fácilmente durante el resto. Es, como suele decirse, una buena chica, sumamente reflexiva y juiciosa, que reivindica su dignidad y su libertad: afirma muy resuelta que el que la cogió de la calle no fue en absoluto su amo y, aunque algunos discrepan de esta afirmación que sin embargo comprenden y hasta respetan (el síndrome del claustro lo llaman), la joven proclama su igualdad con respecto a su compañero, lo que quizá mostrase el camino a seguir en busca de la tan ansiada relación igualitaria sin amos ni criados. Natascha, pues tal es el nombre de nuestra moderna seglar, ejemplo de una educación casta y pura exitosa, que trasciende el viejo ámbito de la cristiandad para abrazar el nuevo y más extenso de la humanidad, lo que quizás es la clave de su triunfo (la joven es una humanista, sin duda), no ama a quienes algunos definen sin demasiados matices como su secuestrador, pues en realidad no conoce a ningún secuestrador --pero tampoco ama a quienes algunos insisten en descalificar llamándole su verdugo, pues en rigor tampoco conoce a ningún verdugo: el perfecto encierro en que ha sido formada le ha impedido tener conocimientos inadecuados. Natascha ha crecido fuerte y sana, tanto que pide de los demás la comprensión suficiente para el que sin duda desconocen y desgraciadamente sus ojos ya no volverán a ver nunca más: hubo (quizá por accidente) un resultado dramático inesperado de su partida, que quizá tuvo un aire de abandono de la casa más que de huida de la celda (a pesar de las semejanzas ocasionales entre una yu otra). Él, gran desconocido que muy pocos conocen realmente (pues ha desaparecido finalmente) quién es (también él fue toda su vida como un desaparecido), murió, sufrió una muerte voluntaria que no hay duda de que en otras circunstancias no hubiera deseado sufrir, y los buenos sentimientos de su discípula aún brillan más dentro de esta última tragedia que le propina un golpe final --porque el secuestro, el internamiento, la esclavización (la criaturización de la pobre criatura), fueron como tantas otras veces no queridos, sino forzados e impuestos por las necesidades de la educación sobre todo en una época de graves amenazas para la infancia y la juventud, pero las consecuencias han sido muy distintas a lo que algunos imaginaban: la obediencia, la disciplina y la sumisión duran lo que la minoría de edad, a partir de la cual el menor ha de demostrar que es capaz de mandar sobre sí mismo (ser adulto, en fin). El caso es que la niña desaparecida no ha vuelto a aparecer (ni volverá jamás), sino que en su lugar ha aparecido una joven, podríamos decir, desaparecida también --y, a pesar de las apariencias, es una historia demasiado común. Cogemos a una niña, la encerramos en un aula, y la convertimos en una mujer, una buena mujer... (a las mujeres hay que enderezarlas ya de pequeñitas, pues nacen torcidas, incluso si son austriacas: la verdad es que todas son iguales, como la misma Natascha ha demostrado.) Asistimos, en fin, al típico rapto de la bondad, de la inocencia, de la infancia, que alumbra con el tiempo, como si el medio fuera indiferente con relación al fin, al buen hombre -porque el malo es un suicida- que ama al dios que lo tomó y le hizo suyo: al que deshizo al niño e hizo al hombre. La criatura que más tarde o más temprano muere de amor, de pena, ante la muerte de su señor, sin el cual desaparece: la joven Natascha aún ha de desaparecer del todo como en su día desapareció la niña que una vez fue y dejó de ser como por arte de encatamiento. Mientras tanto, quedamos a la espera de la mujer, pero ya podemos -confiando en el bien de la afectada- dar la noticia: una nueva desaparición ha ocurrido en Austria, una joven austriaca ha desaparecido de nuevo.