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Todo el poder al patroncito

No hay duda, la solución es la restitución de lo que se ha hurtado de un modo u otro a su legítimo propietario: es decir, dar todo el poder al patrón, que es el que se juega los cuartos y además se los juega con unos trabajadores que, a poco poder que arrancan al amo, se suben a la parra como si fueran los verdaderos dueños de la empresa. Pero ¿quién es el amo? Se trata de recordar quién es quién y el lugar en el que se halla cada uno en el interior de la fábrica: el patrón es el que se ocupa de contratar y despedir y el trabajador el que no se tiene que preocupar del despido ni del contrato ni de nada referente al empleo ni siquiera en el caso de que se trate del suyo, porque se halla privado de la pequeña pero trascendental partícula reflexiva y no es más que el paciente de un sistema por el cual el agente de todas aquellas operaciones que sin duda afectarán a su vida se halla en otra parte, pues es en otra parte donde se halla el sujeto sin el cual es cierto que no habría trabajadores despedidos pero tampoco contratados y desde luego no se produciría el proceso económico: el trabajador ni se despide ni se contrata y, lo que es más grave, ni contrata ni despide a nadie en un mundo, aparentemente el suyo al menos en  la parte que le toca, que se caracteriza por el poder de uno sobre otro y no sobre sí mismo. En realidad el trabajador es un objeto que todavía se halla demasiado animado como para no parecerlo, pero incluso como sujeto en el ámbito de la economía la mayoría de las atribuciones que se le reconocen no se encuentra en sus manos, de modo que se podría hablar de un sujeto fantástico y un objeto cada vez más desanimado pero más real y cierto, ajeno a todas aquellas facultades que se le atribuyen y él no tiene más remedio que relacionar con la burla, la mentira y el engaño, este lenguaje quizás inapropiado al que sin embargo se traducen necesariamente las buenas intenciones y los buenos deseos al menos cuando las cosas vienen mal dadas. El valor de la empresa se restablece restableciendo los derechos del patrón y los deberes del trabajador, porque de esta manera se implican y realizan mutuamente el deber del patronazgo de uno y el derecho al trabajo del otro: un derecho que efectúa el patrón cada vez que se contrata a un obrero y un deber que no se lo discute el trabajador ni cuando lo despide sin indemnización o con una indemnización muy baja. Todo el sistema se restablece restableciendo el poder que le pertenece al patrón como doble o copia del modelo del patrón por el que se rige la nación en su conjunto: el obrero ha de vivir para trabajar, que es trabajar para la empresa a la que se dedica las veinticuatro horas del día el patrón, la noble y grande empresa de la riqueza de la nación. ¿Cuál es en medio de este oscuro panorama  nuestra singular y quizá poco apreciada fortuna? La preexistencia de un buen obrero y un buen patrón y de una bondad que se define en un caso por la acción de servir y en otro por la de ordenar y decidir en el lugar de todos: el paternalismo y el servilismo han vuelto cuando aún no se habían ido del todo. Pero ¿y si un día aparecen de imprevisto los malvados y se apoderan de las viejas leyes resurrectas del trabajo? Mientras tanto, mientras todo llega y todo pasa, el trabajador bien sujeto a la empresa se transforma en aquel objeto de un contrato que en el fondo siempre ha sido y el empresario libre de toda sujeción al obrero en el sujeto de una acción desconocida un tanto parecida al atraco que nunca en la vida se le ocurrió que fuera, ni siquiera cuando quizá contempla sin remedio que el problema al que se enfrenta es que todo lo instituido se cae a pedazos con tal fuerza y de tal modo, que si se dedica a levantarlo de nuevo desde los cimientos como se le ofrece con halago no servirá sino a la conservación de una montaña de cascotes y ruinas sin ningún porvenir. ¿Quién se tiene que liberar, y liberar del poder, incluso del poder sobre los demás que se le entrega sin empacho a cambio de asumir el que se ejerce sobre él? Evidentemente, no sólo el trabajador: también y aún más el empresario. El empresario rey, el empresario amo. Demasiado poder, demasiada carga sobre sus espaldas, para el que solo se ocupa del legítimo beneficio de su empresa.

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