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Natural la muerte

Como anunció una televisión pública española, Bin Laden ha fallecido: añadiríamos nosotros en la misma línea que el trágico suceso se ha producido de muerte natural, al menos natural en la vida de Bin Laden. A Obama le ha tocado ser el partero de esta muerte natural de su casi homónimo Osama, que últimamente se hallaba un tanto desvanecido, en efecto: ¿estaba vivo y, si lo estaba, cuánto? Porque su vida era naturalmente la administración de la lotería de la muerte, pero parecía haber abandonado tan ardua y rutinaria tarea, con lo cual el fallecido no debía de hallarse especialmente vivo todo este tiempo: ¿se mantenía artificialmente con vida, pues no podía consagrarse como quizá aún deseaba a sortear la muerte natural del otro como cuando su salud, aunque dramática, era pujante y poderosa? En realidad estaba fuera del negocio hacía años y simplemente se conservaba como una firma, sin duda la más prestigiosa y destacada, de estas casas de apuestas de la destrucción y la nada en nombre de la vida más íntegra y plena, que desde luego resulta mucho más artificial que cualquier otra, pero es indudable que para cuando sucedió su desvanecimiento último y definitivo ya se había entregado a ensayar la muerte natural propia y ajena: en realidad este trabajo es muy duro, darle el boleto a otro exige tal renuncia a uno mismo, que es como si se sacrificase la vida detrás de la ventanilla del juego siempre poco reconocido de la vida y la muerte. Si además el abnegado y siniestro lotero tiene a cambio la suerte de repartir el premio más grande que ningún colega haya repartido nunca en nación alguna, su nombre y hasta su fama ya no le pertenecerán tanto a él como al mundo y no podrá sino esconderse del gran ojo público en algún lugar perdido en que quizá se crea vivo como hacía tiempo, quizá cuando aún no estaba en el oficio y su vida era tan real como su muerte. Pero todo cambió tras dedicarse a jornada completa a jugar con la violencia y celebrar el sorteo en que premió a su particular manera al menos a tres mil agraciados que ni siquiera sabían que se hallaban en el bombo de su más absoluta desgracia, pues la paradoja del recurso a prácticas tan extremas es que el oficiante se vuelve el personaje de un drama que tiene muy poco que ver con la naturaleza: la violencia es, en efecto, la partera de la historia de otro hombre aparentemente igual pero en realidad muy distinto al que la naturaleza trae a la vida y deja que nazca y muera todas las veces que quiera antes de abocarlo a la muerte sin remisión por viejo. Pero Bin Laden no ha muerto por tales causas, pues su vida tampoco era muy natural que se diga sino que más bien lo natural era en él la vida violenta y hace ya diez años que se hallaba muerto a estos efectos, precisamente porque ya no administraba con la alegría de antaño la muerte de la que por fin le ha tocado a él su lote: la muerte no es más que un símbolo, tanto la de Osama el muerto como la del matador Obama, personajes que se asemejan en que ambos viven una segunda naturaleza elegida por ellos, pero se diferencian en que el primero de los dos vivía forzosamente privado de ella y como muerto desde que la llevara a su máximo apogeo. ¡Dónde estará Bin Laden y qué se creía el pobre! Ayer se lo hubo de comer la tierra y esta desaparición era hasta cierto punto el símbolo de su éxito como el último as que se guardaba en la manga, pero hoy se lo comen los peces y este fin es ya un símbolo que le es completamente ajeno y adverso. De los peces quizá se pudo salvar, pero de hacer nada más que sobrevir es más que dudoso: de hecho, no se dedicó a hacer otra cosa. Pero de mantenerse con vida, aunque su vida apenas fuera una marca, que era lo único que ya se esperaba de él, no pudo hacer finalmente su símbolo. Este es de los que aún se hallan vivos porque él no pudo matarlos y le dieron caza en su insospechada y confortable guarida. El único triunfo que aún podría esgrimir es que la partida siempre se desarrolló en el terreno por él elegido: fuera de la ley y del derecho. Algunos parece que no se han enterado, pero el mundo se halla en guerra y él aquella noche no esperaba desde luego a la policía, aunque el resultado de esta intempestiva visita hubiera sido el mismo que el de la que finalmente tuvo, pues se habría muerto de risa -más por su familiaridad con la muerte que por su sentido del humor y la alegría-: su máximo honor es sin embargo la continuación de una guerra, la suya, de la que no ha hecho más que perder una batalla, seguramente la que ya daba por perdida y más pronto que tarde. Cabe añadir que se ha tratado, no hay duda, de una muerte póstuma tan celebrada como en el fondo desconocida.

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