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Cualquiera es cualquiera pero no un miserias

El anónimo es un procedimiento que se ha utilizado siempre que no quedaba más remedio, porque si se daba la cara y empleaba el nombre se corría el grave riesgo de perder y arruinar ambos: grandes obras se le deben a un poder que castigaba la libertad de expresión de los hombres que se hallaban por diversas razones en su mismo espacio; pero desde luego no era un procedimiento que se deseara: aún más, se podría decir que su uso tenía como objetivo burlar la tiranía en la que no poseen nombre ni rostro más que los que se le someten, pues los demás son amorfos, indiferentes y ciegos, y destacan por servir al tirano del que se benefician a cambio. ¿Acaso es poco beneficio ganarse la propia figura? Se dice que el pueblo es servil en estos casos, pero la verdad es que se encuentra desfigurado, mientras que los siervos de la dictadura son de otra naturaleza: se trata simplemente de los que la edifican y sostienen por medio de un trabajo continuado y terrible gracias al cual alcanzan una humanidad, unas señas y unos rasgos por los que se elevan sobre los demás, que no obstante el poder siempre se la ofrece al resto. El resto es precisamente el pueblo, y se compone de tipos anónimos y descarados de entre los cuales surge de vez en cuando uno que actúa sin enseñar el rostro ni decir el nombre a diferencia de como se comporta en casa, un par de elementos que no se le piden en la calle sino para registrarlo en la lista indeseable de la siempre temida y posible rebeldía. Identifíquese o se le caerá la cara que no tiene, pero a partir de este momento tendrá sin duda y no precisamente porque se le distinga como uno de nosotros. El ocultarse era la manera obligada de actuar cuando no se podía salir a cara descubierta porque era una libertad que se reprimía desde un poder para el que no había más que esclavitud o muerte y en cierto modo el mismo poder creaba a través de la represión el anónimo que se oponía al documento público con nombre y apellidos. El carecer a todos los efectos de nombre y rostro era el precio a pagar por realizar una obra auténtica y sincera que se bastaba por sí sola y no se podría haber ejecutado con la historia del autor por delante, de modo que este podía ser cualquiera y gracias a la incertidumbre que se generaba de este modo se revertía al poder la sensación de temor y peligro que el poder situaba en el mismo origen del anónimo: lo que no se firma es libre como un papel al viento, puede ser de mejor o peor calidad pero no se puede dudar de esta condición, pero incluso una obra que no aparece con la firma debajo y por tanto no se puede atribuir a nadie pudiéndosela atribuir a todos se le adeuda a un poder que tiene sobre su conciencia la biografía de los hombres, el nombre en su haber y el anónimo en su debe, pero con igual fuerza uno que otro. ¿Los anónimos actuales? Desde luego que no es posible relacionar este fenómeno en auge con la idea moderna y en absoluto pretendida por el poder de que el nombre de un autor no significa gran cosa respecto a la autoría de la obra, pues esta misma se le podría haber ocurrido a cualquiera y pudo haber sido realizada ya en el pasado o incluso hallarse realizándose en el presente en un lugar distinto y desconocido, pero lo que está claro es que ni la identidad de los hombres ni su ausencia se ciñen ya a las condiciones de un poder que domina los nombres y al menos provoca los anónimos: en la actualidad los unos son una ingenuidad, mientras los otros no dejan de constituir una vergüenza.

1 comentario

Anónimo -

Quén gran remedio contra el insomnio el entrar aquí y leer un par de párrafos. Has pensado en patentar tu forma de escribir? Hazlo antes de que alguna farmaceútica lea algo tuyo y se apropie del estilo.