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Unos intempestivos más

En realidad no hay menor desconfianza que la que desconfía de la inocencia de todo cuanto se le muestra porque en absoluto ha llegado a desconfiar de que nada tenga un significado oculto, transcendente o inmanente: como bien se ve aprecia, le queda una larga y dura tarea por delante a la desconfianza.

Al principio de nuestra edad del espectáculo el acontecimiento fue la noticia que todavía se mantiene llena de fuerza,  pero al final el acontecimiento será el acontecimiento y ya no se podrá dar ninguna noticia por la total ausencia de todo.

Los celos son la manifestación más elocuente del amor que uno se profesa a sí mismo sin tener el valor de llegar a declarárselo.

Entre los brutos o tontos se hallan los preferidos de los poderosos o al menos de los que manejan los aparatos de dominio sobre los demás: los tienen como sus amigos y como enemigos de los que por su diferencia de inteligencia y sensibilidad se convierten en los malos de esta farsa cotidiana, pero más tarde o más temprano se han de topar con la necesidad de elegir entre la estupidez y la maldad o la nada por la sencilla razón de que el poder no es el poder y nada más.

La velocidad del más potente de los ordenadores no es nada en comparación con la velocidad a la que se mueve el pensamiento, de modo que la impaciencia e incluso la insatisfacción de nuestros días no decrecen con las máquinas más rápidas sino que aumentan, pues se abre ante nosotros un vacío que nadie puede saltar: a pesar de la rauda época en que se produce nuestra vida vivimos como siempre en diferido y la instantaneidad no es posible ni siquiera si alcanzáramos un día la velocidad de la luz.

En la actualidad la realidad es una película tonta y mala como siempre y lo más cómico es que todo se produce por no pararse a mirar: lo más cómico y lo más trágico al mismo tiempo, porque se sufre de un modo estúpido pero habitual.

La revolución, una cosa a la que nunca se debió poner nombre y apellidos, es quizá la única manera de ser feliz no solamente uno.

Las razas son diferentes, pero en absoluto se puede decir por este motivo que las diferencias son racistas: no hay unas razas diabólicas y otras divinas como no hay unas diferencias que se puedan juzgar positivas y otras negativas y, sin embargo, el neutro no se define por una falta de color y diferencia sino que hay que pensar cada vez su colorido y diferenciación.

La forma suprema de la imbecilidad es la del imbécil que, cuando se lo hace, se cree que no lo es.

El que haya que proteger a los hijos de los padres no supone sino que se ha producido un cambio en las costumbres y quizá necesidades del padrino: antes se protegía a los padres de los hijos y nadie decía nada, pero el que mandaba sigue todavía ahí y se trata del mismo de otras veces.

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